Como ya os conté en este blog hace unos días, la joven realizadora alcarreña Raquel Larrosa está presentando su último corto documental ‘Skeikima’ en diferentes certámenes a lo largo y ancho del planeta. Así nos lo presentaba ella misma en EsRadio Guadalajara, pocas horas antes de ser mostrado en el Festival de Cine Documental, Videoperiodismo y Derechos Humanos #Artículo31 en la Cineteca de Madrid.
‘El Ministerio del Tiempo’, una de las mejores series nacionales, no sabe si tendrá 3ª temporada.
Espectadores, críticos y expertos coinciden en que ahora mismo la ficción catódica vive un momento dulce, gracias a una fuerte apuesta por contenidos y propuestas originales y valientes, unos niveles de producción envidiables y unos actores que, emulando a sus colegas americanos, intentan dar lo mejor de sí mismos conscientes de que la pequeña pantalla ya no es un exilio maldito, sino una oportunidad de oro para sus carreras profesionales… y, sin embargo, algunas de las series más potentes y aplaudidas ven seriamente peligrar su futuro, cuando no han sido ya directamente canceladas.
El pasado miércoles, 22 de junio, se emitía el último capítulo de la segunda temporada de ‘Vis a vis’ (Globomedia), apenas unos días después de que se anunciase que, contra pronóstico, no volvería para una 3ªT. Tan solo veinticuatro horas después, TVE comunicaba que la periodística-detectivesca ‘El Caso. Crónica de sucesos’ (Plano a Plano) no renovaría tras una única temporada, convirtiendo su potente cliffhanger en un cierre en falso. Y, todavía a día de hoy, está en el aire un esperado regreso de la muy popular ‘El Ministerio del Tiempo’ (Onza Partners/Cliffhanger). Hablamos de tres de las ficciones que más han dado que hablar positivamente en los últimos años, que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos -generando múltiples contenidos transmedia que agrupaban a un buen número de fans- y que, como digo, han elevado notablemente los estándares de calidad de las series televisivas españolas. ¿Dónde reside el problema?
Seguramente en que, y esto es una apreciación mía, mientras que creadores y espectadores han sabido evolucionar a un nuevo concepto de televisión, los mandamases que tienen la última palabra siguen anclados en un sistema del siglo XX que se resume en una sola palabra: audiencias. Su mirada cortoplacista se limita a calcular cuánto les cuesta cada episodio dividido por el share obtenido en su emisión en parrilla, y si los números no les salen, a otra cosa, mariposa. Pero la tele de hoy día ya no es la de la familia Telerín, el ‘Un, dos, tres’, el 12-1 a Malta o la carta de ajuste: medir el impacto de un programa televisivo limitándose a un solo estudio demográfico es como deducir la dirección del viento chupándose un dedo. Las grandes cadenas siguen fiándose, única y exclusivamente, de los datos obtenidos por los famosos y míticos medidores de audiencias, unos chismes invisibles supuestamente instalados en un número determinado de aparatos per cápita y que, a estas alturas, ya son como el perro Ricky de la mermelada: todo el mundo ha oído hablar de ellos pero nadie los ha visto, y ya nadie cree que existan realmente.
La tele de hoy no es la de hace veinte años. Ni siquiera es la de hace cinco: cada vez son (somos) más los que, ante un prime-time demencial -con programas y series que empiezan casi a las once de la noche y se alargan hasta bien entrada la madrugada, y con engañosas pausas publicitarias que pueden llegar a los diez minutos aunque te digan que vuelven en seis- , optamos por la programación a la carta que, paradójicamente, nos brindan de manera gratuita las propias cadenas, pudiendo ver los contenidos deseados a cualquier hora y a través de todo tipo de dispositivos. ¿Por qué, sin embargo, parecen obviarse esos visionados? ¿Por qué no comprobar el feedback que se produce en redes sociales tipo Twitter, por ejemplo? Su obtusa percepción no les deja ver que ser trending topic quizá no genere ingresos inmediatos, pero genera una fidelidad impagable entre un público que, ahora, se siente decepcionado.
Menuda ironía: en plena era dorada de las series españolas del nuevo milenio, las propias televisiones están estrangulando y matando a sus gallinas de huevos de oro. Estos responsables son los que luego apuestan por series americanas que nadie ve, porque llegan con dos o más años de retraso y ya todo el mundo la conoce -recordemos el castañazo que se dio LaSexta con la emisión tardía de la primera ‘True Detective’- , y las terminan condenando a la contraprogramación de madrugada. Sigan así, señores: los creadores a los que ahora dan la espalda triunfarán en otros mercados, mientras que a ustedes se les va agotando el tiempo en su torre de marfil catódica, desde donde ya se divisa en el horizonte la extinción de la televisión generalista.
Son casi cinco años los que llevo viviendo en Valdeluz -ya sabéis, lo que iba a ser Avelandia al lado de Guadalajara capital- , y en este tiempo he conocido de todo: familias de «lote completo» (niños, perros y monovolumen), frikis de los juegos de mesa, pequeños empresarios que nos ofrecen múltiples servicios -desde pizzas y pollos a domicilio hasta todo tipo de artículos de moda y regalos- y algún qué otro aficionado al Séptimo Arte de los que, con más paciencia que éxito, acude viernes sí, viernes no, a ese modesto cineclub que no termina de arrancar y que bautizamos, en una estrambótica pirueta, como ‘Guapo Heredero’ por aquella película que Alfredo Landa protagonizó hace ya varias décadas -en pleno landismo– y que se rodó por estos parajes.
Cuando llegué en 2011, decían que esto era la ciudad fantasma -un sambenito del que aún hoy cuesta desprenderse por culpa de algunos esqueléticos edificios y del tristemente abandonado colegio- , y mi mente loca jugueteaba con la idea de rodar algún día algún cortometraje Serie B pretendidamente nefasto y cutre con muertos vivientes a lo ‘Walking Dead’. No pensaba yo que, en realidad, Valdeluz y Yebes albergaba a un nutrido -no muy numeroso, pero increíblemente endogámico- grupo de trolls sin más oficio ni beneficio que insultar, menospreciar y difamar a algunos de sus vecinos a través de las redes sociales, y aportando nada y menos a esta joven y próspera comunidad.
Álvaro, presentando el Festival de Primavera 2016. Foto (C) Mausba Foto / Ayuntamiento de Yebes.
No voy a dedicarles más que estas siete líneas, porque en realidad el protagonista de este post es otro. Y es que, en el extremo opuesto de quienes torpedean, protestan y se lamentan por lo mal que lo hacen otros, tenemos nuestra biblioteca y nuestro bibliotecario, Álvaro Pérez, un chaval que llegó hace unos años a poco más que una caseta prefabricada como lugar de trabajo y que, en menos de un lustro, nos ha colocado en la pole position regional con el premio recientemente obtenido como Biblioteca del Año en Castilla-La Mancha. Con su simpatía natural y su entusiasmo a la hora de afrontar cuantas ideas se le pasan por la cabeza, Álvaro ha organizado un número incontable de actividades para niños y adultos, ha logrado dinamizar y fomentar la afición a la lectura y a los libros y que casi el cincuenta por ciento del censo municipal sean no solo socios, sino usuarios habituales de las instalaciones -tanto en Valdeluz como en Yebes pueblo- . Todo esto, claro, gracias también al apoyo del Consistorio: ya se sabe que, por mucho empeño e ilusión que ponga uno, si las administraciones te dan la espalda -seguramente porque sean incapaces de ver más allá si no hay rendimientos económicos a corto plazo- , poco o nada se puede hacer.
Y como si de un retorcido chiste o una ironía del destino se tratara, resulta que este importante reconocimiento llega dos días después de que Álvaro -¡quién si no!- sorprendiera a pequeños y mayores con un ingenioso pasaje del terror bibliotecario protagonizado por un infectado Don Quijote. Álvaro, nuestro Álvaro, representa todo lo bueno y lo mejor de eso que etiquetaron como Espíritu Valdeluz: ingenio, inventiva, camaradería, hospitalidad y dedicación, valores con los que ha convertido a nuestra pequeña (hoy en instalaciones ampliadas) pero coqueta biblioteca en un verdadero oasis de cultura y de convivencia. Hechos son amores y no buenas razones; de corazón espero que se quede con nosotros muchos, muchos años.
Según la RAE, el costumbrismo es, en la literatura y la pintura, la «atención que se presta al retrato de las costumbres típicas de un país o región». Una definición que bien puede valer para muchas de las películas españolas actuales que, desde un prisma cómico, dramático o agridulce, reflejan conflictos y realidades de nuestra sociedad política, ciudadana, familiar, laboral, etc.
Ahora que llega a los cines Ocho apellidos catalanes (Emilio Martínez Lázaro, 2015) -y que la emisión televisiva de su predecesora ha roto todos los récords absolutos de audiencia- , en eCartelera.com compartimos ocho laureados cortometrajes -algunos ya han pasado por este blog como ‘Cortos de la Semana’, otros lo harán muy pronto por méritos propios- que, a través de diferentes puntos de vista, retratan como ha sido y es nuestro país de un tiempo a la actualidad.