‘Pieles’: La parada de los monstruos

Desde su presentación en el pasado Festival de Berlín -yo diría que incluso antes: al surgir la primera noticia de que el singular Eduardo Casanova preparaba su salto a la dirección de largometrajes-, y tras su paso por la cita del cine español en Málaga, esperaba que ‘Pieles’ fuese a ser una propuesta rompedora, un film transgresor y hasta algo tabú que desconcertara a la gran familia -cada vez más me cuesta llamarlo industria– del cine español. Como bagaje, más allá del televisivo y estereotipado Fidel de ‘Aída’, Casanova ya había presentado sus cartas en una serie de cortos no siempre narrativamente afortunados donde ya daba indicios de sus filias y fobias y que sin duda hacían que algo se removiera en las entrañas del espectador: admiración, repulsa, desconcierto… pero, desde luego, no dejaban indiferente a nadie.

No sé si es porque yo iba con la coraza puesta -¿con Eduardo llegaría el escándalo?- o porque ya tengo cierto bagaje fílmico a mis espaldas, pero lo cierto y verdad es que la cinta no me ha incomodado tanto como para rasgarme las vestiduras ni tampoco la he visto con la quietud de quien contempla una puesta de sol en la playa al final de un lluvioso día de otoño. Y es que ‘Pieles’ es, con todas sus virtudes y defectos, una revisión siglo XXI de viejos elementos ya tratados en la gran pantalla -vale, quizá no tanto en la cinematografía española- que van, a volapluma, desde los tiempos de ‘La parada de los monstruos’ (Tod Browning, 1932) a ‘Powder (Pura Energía)’ (Victor Salva, 1995), pasando por ‘El hombre elefante’ (David Lynch, 1980) o ‘Máscara’ (Peter Bogdanovich, 1985) o aquella impagable gamberrada que fue ‘Acción Mutante’ (1993), de un entonces debutante Álex de la Iglesia y hoy productor del film que nos ocupa. Todo esto, además, con el espíritu de Almodóvar muy presente -el manchego, no lo olvidemos, dio la alternativa al vasco-, con cuya ópera prima se compara fácilmente -el recargado manierismo estético y formal de ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’ (1980)- pero que, en esencia, casi me ha recordado más a ‘La piel que habito’ (2011).

Admito que su ramillete de protagonistas son auténticos outsiders de la cartelera actual, no solo por una apariencia física estremecedora y deliberadamente nauseabunda, sino por mostrar una serie de perfiles psicológicos que son verdaderamente terribles: ahí tenemos esa oronda camarera que se ríe de las deformidades ajenas o esas madames que pervierten a sus freaks como válvulas de escape de diversas perversiones sexuales.

Pero más allá de la feroz crítica contra los estándares de la estética que nos han impuesto la sociedad y las modas, lo que Eduardo Casanova nos viene a contar, en sus diferentes formas y deformidades, es algo tan antiguo como el propio ser humano: la aceptación de nosotros mismos y el anhelo que todos albergamos de poder amar y ser amados -algo de lo que, ahora que lo pienso, ya nos habló en términos muy similares Daniel Sánchez Arévalo en ‘Gordos’ (2009)-. Así, ‘Pieles’, bajo su caparazón de deformidades imposibles y su estética algo pastelosa, es una obra nada fácil pero que irradia luminosidad y un extraño y desconcertante optimismo lejos del alcance de un público mayoritario y generalista. Ese es probablemente un gran hándicap de cara a la taquilla, pero que, bajo la capa de incorrección política, hace que nos planteemos si detrás de esta historia hay o no un gran cineasta en ciernes. Esperaremos con ganas su segundo film, que será el que pueda confirmar este notable lanzamiento.

Caricatura hueca del desmadre televisivo

Álex de la Iglesia vuelve a poner la mirada sobre el mundo de la televisión para ofrecernos un hilarante desmadre con algunos aciertos -el impagable Jaime Ordóñez, el gran duelo dialéctico entre el recuperado Raphael y el habitual Carlos Areces– y brillante en su forma, pero bastante hueco en su fondo: mucha caricatura, sí, pero de cartón-piedra, sin apenas lugar para la carcajada sincera ni la crítica subversiva. Mucho desmadre, sí, pero algo inconsistente en esta Mi gran noche (2015)… [leer crítica en Cultura En Guada]

Sin salirse del guion

GALA DE LA 29 EDICIÓN DE LOS PREMIOS GOYALa edición número 29 de los Premios del Cine Español, los Goya, sin duda será recordada en años venideros por su excesiva duración –tres horas y cuarenta y cinco minutos, casi una hora por encima de lo previsto- , por la suavidad de los discursos –hay quienes ya hablan de un pacto de no agresión entre la Academia y el Gobierno- , por los altibajos de una gala plagada de tópicos chascarrillos en el guion y de incomprensibles fallos en la realización televisiva, y por confirmar, ya sin género de dudas, a Alberto Rodríguez y La isla mínima como los grandes triunfadores de la temporada, cosechando nada menos que diez cabezones –igualando la marca de Blancanieves (Pablo Berger, 2012) y quedándose a cuatro de ¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990) y a cinco del récord de Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004)- .

Vayamos por partes: sin la emoción de tener a un alcarreño entre los finalistas –lo del origen molinés de Álex Catalán no lo he sabido hasta esta misma mañana- , seguí la ceremonia con un ojo puesto en la tele y otro en Twitter. De hecho, debo agradecer infinitamente a todos los blogueros, followers, cinéfilos y espontáneos que tuvieron a bien interactuar y debatir conmigo la velada a través de la citada red social: fue una verdadera tabla de salvación para sobrellevar los momentos más plomizos de la misma. Ya desde el inicio, hubo un runrún en los hastags #Goya2015 y #Goyas2015 –aunque el oficial era el segundo, el primero fue trending topic durante buena parte de la noche- : ¿ese número de apertura con Ana Belén, Eduardo Noriega, Lolita, Miguel Poveda, Hugo Silva… era en playback o el audio estaba desincronizado? La duda no se despejó ni en las intervenciones ni en otros momentos musicales de la gala, ya que el desfase iba y venía. Por cierto, que esa obertura terminó con una nutrida representación de actores en el escenario cantando, ante las mismísimas narices del ministro José Ignacio Wert, un Resistiré que entonces sonaba a declaración de intenciones; luego hubo quien pensó que, en realidad, ya estaban anunciando lo inesperadamente larguísima que iba a ser la ‘fiesta del cine español’…

29ª edición de los Premios Goya 2015 - Beso de Dani Rovira y Clara LagoDani Rovira salió algo acelerado, pero poco a poco se asentó sobre las tablas y nos regaló buenos momentos gracias a su complicidad con Javier Gutiérrez, Antonio Banderas o Penélope Cruz. Fue sin duda de lo más destacable, incluso cuando tuvo que sacar adelante una serie de chistes bastante flojos que provocaban cierto sonrojo, supo mantener el nivel incluso después de saberse ganador del Goya al Mejor Actor Revelación por su trabajo en Ocho apellidos vascos -y de haber protagonizado el momentazo de la noche con su compañera Clara Lago– y proclamó hasta dos veces su afición por ¡la miel de la Alcarria! ¿En Peñalver habrán tomado nota para proponerle para el próximo Peso En Miel?

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Por ponerle un pero tanto a él como a sus también premiados compañeros Karra Elejalde y Carmen Machi: todos alabaron a su director, el ausente Emilio Martínez-Lázaro, pero ninguno dedicó una sola palabra a los guionistas del film, Borja Cobeaga y Diego San José. Muchas críticas en la red ante tal descuido. Emotivas, eso sí, las dedicatorias de Elejalde y Machi para los desaparecidos Álex Angulo y Amparo Baró.

Antes hablaba de la ligereza de los discursos. Y es que si bien el presidente Enrique González-Macho fue bastante contundente a la hora de exigir la reducción –o eliminación- del IVA cultural –poniendo como ejemplo a países como Francia o Estados Unidos, “que hacen del cine una cuestión de estado”– y Pedro Almodóvar salió a escena con un tajante “saludo a todos los amigos y amantes del cine, usted señor Wert no está incluido”, ninguno de los premiados, a diferencia de años anteriores, hizo referencia Goyas2015_777albertoralguna a temas como la corrupción, los desahucios o los enfermos de Hepatitis C. Nadie se salió de los clásicos agradecimientos a familiares, amigos y compañeros de nominación. Willy Toledo, Alberto San Juan, Pilar y Javier Bardem no estuvieron anoche. Para bien o para mal, se notó.

Otro tema que caldeó bastante las redes fue, otro año más, el trato que se dispensa a los cortometrajistas. En un intento de enterrar enfrentamientos pasados, González-Macho dedicó el final de su discurso a este colectivo con unas palabras con cierto aire de paternalismo; algo que se le podría perdonar si no fuese porque aprovecharon para subir -de rondón, con nocturnidad y alevosía- al escenario a todos los nominados para sentarles en sillitas plegables, no presentarles –hubiera estado bien si la Academia hubiese promocionado una pequeña ovación para ellos- y acortar notablemente el recorrido de los ganadores hasta el atril, impidiéndoles su paseíllo de gloria como el resto de triunfadores. De nuevo, un trato diferenciador que emborronó un momento que últimamente siempre es polémico. En fin…

Largos, muy largos fueron los discursos. Muy cacareado el del propio González-Macho -¡nueve minutazos!- , pero Giovanni Maccelli –Mejor Cortometraje de Animación- y Banderas no se quedaron atrás: el primero, con un speech que casi duró más que su propio corto; el segundo, con una ristra de folios en el que repasó todo lo humano y diGoyas2015_banderasvino del arte y la cultura españoles. Pero me gustaron las palabras del Goya de Honor, no sólo por reivindicar nuestro patrimonio cultural, sino por dedicar su homenaje “a todos aquellos que hacen cine pero que nunca ganarán un premio”: conductores, pintores, escultores, eléctricos, catering…

Muy mal la realización televisiva de TVE, seguramente de las peores de los últimos años. Incontables fueron las veces que pincharon cámaras locas, una vez se fueron a negro, otra pincharon una señal distorsionada, evitaron –siempre que fue posible- primeros planos del ministro… y, sobre todo, no tuvieron la habilidad de reducir la duración de la gala cuando esta se iba de las manos: a la 1:15 de la madrugada, y faltando aún cinco galardones por entregar, no se puede dar paso a otra actuación musical, por mucho que esté en escaleta.

Lamentable el número de Álex O’Dogherty a lo Ross Geller –Friends– creando ‘su música’. Se echó muchísimo de menos a los Muchachada Nui –Alfonso Sánchez y Alberto López tienen gracejo, pero su número era un sosías de Faemino y Cansado- . Se extrañó también la presencia de los anteriores ganadores -¿estaban Javier Cámara, Marián Álvarez, Javier Pereira, Natalia de Molina, Fernando Franco, Roberto Álamo…?- . Y, desde el punto de vista del reparto de premios, creo que es una verdadera lástima que, en un año tan prolífico, rico y variado para el cine español, una cinta se haya llevado casi todo y el resto hayan tenido que conformarse con las migajas. En algunos casos, ni eso.

Una gala plana, larga, deslucida, previsible y autocomplaciente. Precisamente, todo lo contrario de lo que ha sido la cosecha de este pasado 2014. Esperemos que, después del peñazo goyesco, nuestros espectadores no vuelvan a salir huyendo…

[Palmarés completo de los Goya aquí]