El corazón y los monstruos

Quienes me seguís por redes sociales habréis comprobado que últimamente comparto muchas buenas noticias -¡y que siga así la racha!- en torno a ‘Roberto’, un corto de animación que descubrí entre los seleccionados a los últimos Blogos de Oro. Vaya por delante que nada tengo que ver con esta obra, más allá de una profunda y creciente admiración como espectador, ni con su directora Carmen Córdoba, con quien de momento me une una respetuosa amistad virtual que espero más pronto que tarde, pandemia mediante, se traduzca en coincidencia real en algún certamen o festival.

‘Roberto’ es, en dos pinceladas, la historia de amistad entre dos vecinos separados por una calle y al mismo tiempo unidos por un viejo tendedero. Desde niños, él le profesa a ella un cariño sincero y romántico a través de sus dibujos; ella, sin embargo, le corresponde con tímidas sonrisas mientras en la soledad de su cuarto se avergüenza de su aspecto físico. Así pasarán los años, hasta que llegará el día en el que ella deberá enfrentarse a su soledad, a sus miedos y a su monstruo interior.

Fotogramas de ‘Roberto’ (2020) © Carmen Córdoba

Sin diálogos, con una música emotiva y envolvente, un montaje fluido y una animación excelente que aúna varias técnicas diferentes, ‘Roberto’ nos lleva por un viaje emocional lleno de aristas, contraponiendo las inseguridades y prejuicios de su protagonista femenina -víctima silenciosa de una sociedad que te devora si no formas parte del espejo tramposo y deforme que solo refleja fantasmas- con la mirada sincera de quien tan cerca y a la vez tan lejos espera pacientemente, hasta llegar a un revelador y agridulce giro final que no solo hace que empatices aún más con esta entrañable pareja, sino que es capaz de sembrar en el imaginario del respetable una asombrosa dimensionalidad a sus personajes, en una de las historias de amistad más hermosas que se recuerdan.

Siete años ha tardado su creadora en levantar este proyecto que, una vez ha visto la luz, ya ha superado las ciento veinticinco selecciones internacionales y el medio centenar de premios y reconocimientos -que no llegara a la finalísima de los Premios Goya del pasado 6 de marzo es algo que no alcanzo a comprender- en apenas unos meses de recorrido festivalero. Y su meteórica carrera solo acaba de arrancar. ¿Qué es lo que la hace tan especial? El cuidado y mimo en cada uno de sus fotogramas, la delicadeza con la que trata a sus personajes -y la pesadilla a la que deben hacer frente- y, sobre todo, la universalidad en forma y fondo de su mensaje hacen de ésta una de las piezas que más hondo calan en el público. De esas que remueven, conmueven y que te dejan la sensación de que debería ser proyectada en todas las aulas del mundo. Virtudes que ya la han convertido, por méritos propios, en uno de los cortos imprescindibles de la presente década.

Si lo seleccionan en un festival que os pille cerca o lo programan en algún certamen online, no os lo perdáis.

Premios Goya 2021: Este es el camino

En menos de una semana, hemos podido asistir a dos ejemplos bien diferentes de cómo afrontar una gala de entrega de premios en estos tiempos de pandemia. Los Feroz del pasado 2 de marzo apostaron por un acto enteramente presencial, con un protocolo sanitario poco claro -el uso de mascarillas en el escenario quedó a criterio de cada uno, y en el patio de butacas, aunque había separación, esta se rompía cada vez que alguien atravesaba su fila para ir a recoger premio- y, sobre todo, con unos supuestos golpes de humor y diversidad con los que no solo no empaticé, como ya comenté en su momento, sino que los encontré incluso vulgares en algunos momentos.

En el Soho CaixaBank, teatro levantado donde antes hubo un añorado cine -como nos recordó el anfitrión Antonio Banderas en uno de los muchos inspirados momentos de la noche-, no hubo lugar ni a la improvisación ni a la controversia. La ceremonia de los Premios Goya 2021 arrancó con una brevísima fanfarria en directo -a cargo de la Orquesta Sinfónica de Málaga- para dar la bienvenida al oriundo más universal -con permiso de Picasso- que lo primero que hizo fue dedicar unas palabras «a la familia del cine» para a continuación compartir unos segundos de silencio en recuerdo y homenaje a las víctimas del Covid-19 junto con un buen número de técnicos en el escenario. Una solemnidad nada impostada que marcaría el tono de la noche: elegante, respetuosa, discreta incluso para ser un mero soporte para los verdaderos protagonistas, los nominados y los premiados, así como otros imprescindibles a los que el actor quiso recordar explícitamente: auxiliares, meritorios, conductores, eléctricos, exhibidores, distribuidores, taquilleros… Banderas y María Casado, por cierto, confirmaron que su química profesional es excelente.

Sorprendió que la primera tanda de premios, esos que arrastran la etiqueta equivocada de “menores”, los entregaran cinco pesos pesados: Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Alejandro Amenábar, Paz Vega y Juan Antonio Bayona. Lectura de finalistas en cada categoría y conexión en directo con todos ellos, en un juego de multipantallas que no tuvo un solo fallo importante en toda la noche, para dar paso al discurso en directo del ganador o ganadora. Curioso: en un año en el que ninguno de ellos pudo recoger in situ el cabezón, vivimos no solo las celebraciones más espontáneas y emocionantes -muchos de ellos estaban en casa con familiares y allegados, otros compartían local y pantalla con otros compañeros de rodaje también finalistas-, sino los discursos más breves, concretos y certeros que se recuerdan. Como anécdota, el pequeño despiste de coordinación entre los miembros del equipo de ‘La gallina Turuleca’… y eso que ellos sí que se lo debían de traer bien ensayado al no competir contra ningún otro trabajo en la categoría de Mejor Largometraje de Animación.

Así transcurrió con más brío del acostumbrado todo el reparto de galardones, salpicado por algunos tiempos muertos a los que ya estamos acostumbrados: números musicales -quizá demasiados-, el bonito homenaje a Ángela Molina -única premiada que sí subió al escenario-, un efectivo guiño a Berlanga -se echó de menos quizá otro al también centenario Fernán Gómez- y un emotivo In Memoriam que, a diferencia de años anteriores, no nos privó de ver a todos y cada uno de los rostros y nombres del cine español desaparecidos en el último año -salvo el de la añorada Rosa María Sardà, ausente del panel a petición propia– ni venían estos acompañados de las (polémicas y) diferentes intensidades de aplausos.

Aplausos. Eso fue lo que más eché en falta para quitarle algo de frialdad a la noche: ya que no había público, quizá los propios entregadores y hasta los músicos hubieran podido aportar ese reconocimiento sonoro y rítmico que todo artista agradece. Pero la verdad es que muchos de los sinceros vítores que llegaban por las videoconexiones cubrieron en gran parte ese déficit.

Una de las grandes novedades de este año -y que ya se había anunciado en días previos- fue la aparición de un buen número de amiguetes de Banderas que habían enviado mensajes de apoyo al cine español: desde Stallone, De Niro, Tom Cruise, Nicole Kidman, Laura Dern -divertidísima-, Dustin Hoffman o Emma Thompson hasta Guillermo del Toro, Iñárritu, Helen Mirren, Ricardo Darín o Barbra Streisand -en off y pieza musical incluida-, entre otros muchos. Una aportación curiosa que creo hubiera funcionado mejor repartidas en un par de bloques, y no en los cuatro o cinco en que se dividió y que ralentizaba el ritmo de la ceremonia.

Creo que fue la entrega de premios de la Academia más acertada y dinámica en muchos años, porque a pesar de irse a las dos horas y media, fue más breve de lo habitual -en años anteriores, no recuerdo haber terminado nunca antes de la una y pico de la madrugada-. Los discursos, en general, fueron todos como un tiro -incluso aquellos con mensaje social o político, como los de Mabel Lozano o Alberto San Juan-, sobresaliendo las acertadas palabras de Mario Casas recordando sus orígenes “a tres metros sobre el cielo”, el dúo a capella Aránzazu Calleja-Maite Arroitajauregui, entonando el cántico de las brujas de ‘Akelarre’, y el excelente speech de Ana María Ruiz, enfermera, antes de entregar el último y más esperado galardón de la noche.

La velada nos dejó también algunos momentos maravillosos para el recuerdo: el troleo accidental de Celia de Molina -festejando el premio de su hermana Natalia cuando en realidad la ganadora había sido Nathalie Poza-, las emocionadas lágrimas de Rozalén, el primer Goya para un actor de color –Adam Nourou– y para una directora de fotografía –Daniela Cajías– y el triunfo incontestable del cine independiente –‘Las niñas’, ‘Ane’, ‘No matarás’, ‘Akelarre’– en un año tan extraño como ecléctico y brillante, donde, por primera vez que yo recuerde, seis de los premios considerados principales han sido para seis trabajos completamente diferentes y se premiaron en igual número, y por méritos propios, tanto a hombres como a mujeres.

He leído a no pocos blogueros y periodistas echando en falta algo más de humor. Respetuosamente, discrepo: la experiencia en ediciones anteriores, con gracietas y chistes metidos con calzador que apenas despertaban una tímida sonrisa entre el respetable, hubiesen quedado aquí completamente fuera de lugar dado el tono sobrio y formal que tenía la ceremonia desde el minuto uno y que, sin errores destacables -me niego a valorar los denigrantes y vomitivos comentarios misóginos que se pudieron escuchar en la alfombra roja- y con un palmarés tan igualado y repartido, convirtieron a la noche de los Goya 2021 en una de las más sobresalientes de los últimos tiempos. ¿Que puede hacerse una ceremonia aún más corta, más ágil, más desenfadada y menos solemne? Sin duda. Pero si tomamos la 35ª celebración de estos premios como punto de referencia, creo que iremos por el buen camino. O, como diría nuestro mandaloriano favorito: «this is the way».

Ver palmarés completo aquí.

Fotos © Academia de Cine / Imágenes TV © RTVE

El Corto de la Semana: ‘Alike’

Sí, lo sé. Este año, a la hora de hablar de la última gala de los Premios Goya, me he detenido menos de lo habitual en los reconocimientos a los cortometrajes. Pero es que debo deciros, aquí y ahora, que una vez vistos todos los nominados en las categorías de Ficción y Animación -los Documental, por diversos motivos, no pude visionarlos a tiempo- creo que la cosecha seleccionada para esta 31ª edición me ha parecido de las más flojitas de los últimos tiempos…

Por favor, no me tiréis de la lengua. Al menos, no en este foro. Mejor os invito a ver uno de los trabajos galardonados el pasado año: ‘Alike’, de Daniel Martínez Lara & Rafa Cano Méndez, una entrañable pieza premiado con justicia con el cabezón a Mejor Cortometraje de Animación 2015 que vino a culminar una carrera con cerca de setenta premios en ciento veinte selecciones internacionales.

[Si os ha gustado, daos un garbeo por su completísima página web, donde encontraréis varios making-of y diverso material de lo más curioso.]

Los Goya del armisticio

Decía el nominado Eduard Fernández, en una previa emitida en ‘Informe Semanal’ (TVE) pocos minutos antes del comienzo de la ceremonia, que «casi todos los del cine somos de izquierdas, eso lo sabe todo el mundo; lo que no quita que podamos tener una relación cordial y de respeto con un gobierno de derechas», apostillando que «quizá, y que me perdonen mis compañeros, cuando se recoge un Goya no sea el momento más oportuno para cierto tipo de reivindicaciones». No seré yo quien censure al que se pone delante de un micrófono tras recibir un galardón, es su minuto de oro y puede decir, sin faltar a nadie, lo que le venga en gana; pero, en cierto modo, esta actitud conciliadora fue la que reinó en una gala, la de los Goya 2017, que sí tuvo momentos para las críticas -justificadas, por otro lado- , pero fueron de guante blanco. Sutiles algunas –Sílvia Pérez Cruz cantando con delicada capella la áspera letra de ‘Cerca de tu casa’, lo más emocionante de la noche- , algo más personales otras –Carlos Santos dedicando su discurso a su hermana en el Día Mundial Contra el Cáncer- y, el resto, ceñidas a los números, en especial lo que el Séptimo Arte patrio aporta a las arcas del Estado -tres veces más de lo que recibe, contestando a la demagogia de las subvenciones- ; a la terrible situación que afronta el gremio de los actores, donde tan solo un 8% puede vivir de su oficio -vaya desde aquí mi total apoyo, aunque me hubiera gustado que también se mencionara a la precaria situación de guionistas, técnicos audiovisuales, etc. ; y al escaso peso que, todavía hoy, tienen las mujeres en una industria aún dominada mayoritariamente por hombres. Pero vamos, nada que pudiera incomodar al ministro Íñigo Méndez de Vigo, sentado entre la presidenta de la Academia Ivonne Blake y la alcaldesa Manuela Carmena.

Un monstruo para la ira.

Empecemos hablando de un palmarés de lo más repartido en cuanto a premios gordos -y, en cierto modo, bastante previsible- pero que, evidentemente, dio mucho que hablar en las redes. ‘Tarde para la ira’, a mi modo de ver, ganó con toda justicia el cabezón a la Mejor Película, así como Mejor Dirección Novel (Raúl Arévalo), Guion Original (Arévalo y David Pulido) y Actor de Reparto (Manolo Solo). Cuatro estatuillas muy, muy importantes, pero que se me hacen muy escasas -en cantidad- frente a las nueve que cosechó ‘Un monstruo viene a verme’. Se esperaba que este film arrasara en categorías técnicas -Efectos Especiales, Sonido, Montaje, Fotografía, etc.- , e incluso me pareció de lo más merecido el reconocimiento a la bellísima Música Original de Fernando Velázquez. Pero de ahí a llevarse el galardón a Mejor Director, cuando no ganaría ni Guion Adaptado -que fue, muy meritoriamente, para Alberto Rodríguez y Rafael Cobos por ‘El hombre de las mil caras’– , ni ninguno de interpretación, ni (por supuesto) Mejor Película, me parece un regalazo innecesario. Algo que ya pasó en 2013, cuando Bayona fue elegido como mejor realizador en una noche en la que la ‘Blancanieves’ de Pablo Berger y el ‘Tadeo Jones’ de Enrique Gato habían superado claramente a ‘Lo imposible’.

En cuanto a los actores, un premio por película, lo que se tradujo en dos que se fueron a casa de Emma Suárez: Actriz Protagonista por ‘Julieta’ y de Reparto gracias a ‘La próxima piel’. Roberto Álamo se hizo con el único reconocimiento para ‘Que Dios nos perdone’ -también parece poco bagaje para la cinta de Rodrigo Sorogoyen– al igual que una emocionadísima Anna Castillo con ‘El olivo’, cuyas posibilidades como Mejor Actriz Revelación parecían algo difuminadas por un trabajo estrenado hace ya nueve meses.

Y por lo demás, en este capítulo, poco más que añadir. Si acaso, la inesperada derrota de ‘Nacido en Siria’ frente a ‘Frágil equilibrio’ como Mejor Película Documental, que a más de uno nos pilló a contrapié.

[Ver palmarés completo de los Goya 2017]

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El ministro, SuperDani, la presidenta y un sosías de Von Nekrus, a quien llamaron Cocoguaga. Lo más bizarro de la noche. Foto vía @LaScript / rtve.es

La intra-gala.

Salvo los dos grandes momentos -ya comentados- de Sílvia Pérez Cruz y Anna Castillo, la gala dio para pocas alegrías. Dani Rovira arrancó con fuerza, pero un año más -y van tres… como él mismo insistió en recordar- se le vio encorsetado en un guion que era cualquier cosa menos ágil y divertido. Sus mejores momentos, sin duda, cuando le salían espontáneos chascarrillos –«Qué buena ‘Piscosis, ¿eh?», le espetó a un Agustín Almodóvar que, efectivamente, parecía la reencarnación del mismísimo Alfred Hitchcock- . Y reivindicar más presencia femenina en la industria fílmica con esos tacones cercanos fue una opción, como poco, controvertida. Sigo diciendo lo de siempre: el muchacho le pone voluntad, pero el libreto no da para muchos lucimientos.

A pesar de que, anoche, muchos seguían preguntándose el porqué del Goya de Honor para Ana Belén -un reconocimiento que yo sí que aplaudo: le contemplan cincuenta años de carrera y, aunque hoy algunos lo hayan olvidado, fue una de las actrices más populares de los años setenta y ochenta- , debo decir que a su discurso de agradecimiento le sobraron páginas -¡salió con cinco folios!- y datos autobiográficos, y solo al final, después de una larguíiiiisima lectura, se le vio agradecida, emocionada y natural.

Me pareció espléndido que este año, al fin, hubiera música en directo, contando nada menos que con la magnífica Film Symphony Orchestra. Sin embargo, ¿de quién fue la idea de tener a los músicos ocupando medio escenario? En cuanto subían dos o tres entregadores y recogía el premio más de una persona, parecían sardinas en lata… sigue faltando un atril algo más amplio -casi nadie sabía dónde poner el premio para poder leer cómodamente el discurso… claro que, bien mirado, igual es una manera sutil de invitarles a ser breves- , hubo quien se quejó de que los micros no se pudieran subir o bajar y algo debía pasar con la climatización de la sala porque Ivonne Blake y Ana Belén tuvieron que pedir agua para poder terminar sus respectivos discursos.

Otra pregunta que me hago tooooodos los años: ¿por qué no salpicar la gala con las canciones nominadas interpretadas por los propios cantantes? Ayer hubo un único número musical -bastante potable, por cierto, con las voces en directo de Adrián Lastra y Manuela Vellés– colocado excesivamente tarde en la escaleta, sobrepasadas ya las dos horas y pico y cuando apenas quedaban tres o cuatro galardones por dar.

Por último: creo que hay que cuidar un poco las apariencias a la hora de entregar los premios. Vale que, como ya he comentado, muchos estaban cantados, pero la Academia ni siquiera se tomó la molestia en dejarnos jugar a las quinielas de última hora. ¿Que salen Lastra y Daniel Sánchez Arévalo a dar el Goya a la Mejor Dirección Novel? No hacía falta que abrieran el sobre, toda España ya sabía que iría para Raúl Arévalo. ¿Que sale Pedro Almodóvar a dar el de Mejor Actriz? Caerá -y cayó- sobre su musa en ‘Julieta’, Emma Suárez. Y no hablemos del monográfico que dedicaron Javier Fesser y Esteban Crespo -dos realizadores que saben lo que es estar nominado al Oscar por un cortometraje- a Juanjo Giménez y ‘Timecode’ antes de dar el Goya a Mejor Corto de Ficción… ¿qué estarían pensando, en ese momento, al resto de nominados de la categoría –Alexis Morante (‘Bla, bla, bla’), Damià Serra (‘En la azotea’), Lluís Quílez (‘Graffiti’) y Susana Casares (‘La invitación’)-?

En fin: que esta ceremonia no pasará a la historia por ser especialmente relevante. Pero quizá sea un mal menor y necesario: reparto de premios para que todo el mundo pudiera rascar algo de pedrea y discursos alejados de la hostilidad de otros tiempos para intentar acercar, de una vez por todas, posturas entre el mundo del cine y la política. Ya lo dijo Mariano Barroso: tenemos que conseguir un pacto de estado para preservar e impulsar la cultura cinematográfica de nuestro país. El de anoche pudo ser un primer paso, ahora le tocaría al gobierno dar el suyo. ¿Qué tal la tan ansiada y demandada rebaja del IVA cultural?

PD: Me alegró mucho que se acordaran del Guinness de ‘Cuerdas’… lo que no entendí es porqué mencionaron este hito antes de entregar el Goya a ¿¡Mejor Fotografía!?