Seguramente, a estas alturas de la película, usted, querido internauta, sea una de las más de quinientas mil personas que, a lo largo y ancho de este planeta, han podido ver el Cuerdas a través de la red. Sí, he dicho bien: quinientas mil. Medio millón. Ahí es nada. Todo un fenómeno viral, si se tiene en cuenta el breve espacio de tiempo en el que ha sucedido todo esto. Todo un quebradero de cabeza para Pedro Solís, su director, y todo el equipo que participó en este trabajo recientemente galardonado con el Goya al Mejor Cortometraje de Animación.

Quedémonos con la palabra clave: viral. Exactamente, cómo se ha propagado esta obra por internet ha sido como un virus, un auténtico ébola que difícilmente se puede ya detener. Cuando pudimos localizar y neutralizar al paciente cero, ya era demasiado tarde: a día de hoy, seguramente se cuenten ya por docenas las cuentas en YouTube y otros portales –también han sido localizadas copias en Dailymotion- que tienen almacenada la pieza. La intención, seguramente, era buena: compartir una obra que emociona y sensibiliza a gente de toda edad y condición cultural. Pero esta difusión masiva, como ya se ha dicho desde las redes sociales de Cuerdas, perjudican más que benefician a la película, puesto que le resta posibilidades para participar en certámenes y festivales de cine –recordemos que la carrera de este film no ha hecho más que comenzar- . La razón de por qué estas muestras no suelen admitir cortos publicados en webs es muy sencilla: ¿quién va a querer acudir a ver cortos a los que puede acceder cómodamente desde su ordenador, desde su tablet, desde su móvil? De ahí que ni Pedro ni nadie se planteara la posibilidad de lanzarlo tras recibir el cabezón el pasado 9 de febrero, pues sabemos que a la película le queda muchísimo recorrido por delante.
Afortunadamente, el ochenta-noventa por ciento de las personas que nos vamos encontrando entienden este razonamiento, y no sólo retuitean nuestras demandas, sino que intentan mover la voz a través de sus contactos, y éstos, a su vez, a través de los suyos… es decir, que nuestro contraataque solamente cuenta con intentar ser todavía más viral -a la hora de rogar que todavía no se difunda el corto en su integridad- , además de con las pertinentes reclamaciones legales por infracción de los derechos de copyright. Incluso ya son varios medios nacionales los que se han hecho eco de esta situación que puede parecer anómala a quien se acerca a ella sólo superficialmente –os recomiendo los artículos que se han publicado en el Huffington Post o en ABC, así como en multitud de blogs como Dibujando Periodistas– .
Sin embargo todavía hay mucha gente que se sorprende –y escandaliza- ante nuestros ruegos y peticiones. Sé de buen grado de lo que estoy hablando: algunos llevamos una semana de auténtica lucha fratricida para intentar eliminar cuantas copias ilícitas nos vamos encontrando por la red de redes. Pero quizá eso no es lo complicado: lo más agotador sin duda, al menos para mí, es encontrarme con la cerrazón que muchos de estos usuarios que han subido o han compartido el vídeo. Comentarios como “¿para qué está internet si no es para compartir?”, “pues no entiendo por qué se vulneran los derechos si no he borrado los créditos”, “no sé por qué os quejáis si esto os da popularidad” u “os interesa más el dinero y los premios que mostrar el corto” nos llegan a diario. Si sois de los míos, estaréis de acuerdo en que dan ganas de reír… por no llorar. Cualquiera que tenga dos dedos de frente, sabe que un corto no da beneficio económico, que no se me ocurre otra persona más alejada de la popularidad que Pedro Solís y, sobre todo, que él, como autor de la película, está en su derecho de decidir cómo, cuándo y dónde la quiere mostrar. Pero internet, ese gran invento –cuando es bien usado- , vuelve a mostrar su lado menos amable, su capacidad de dar cobertura por igual a justos y a pecadores, a gente razonable pero también a estúpidos que no sólo se apropia de lo que no es suyo, sino que encima clama por un derecho que creen adquirido simplemente por tener un terminal y un módem.
Llevo muchos años oyendo eso de que “la piratería está acabando con el cine español”. Es un debate en el que no voy a entrar ahora –aunque es un tema del que me gustaría hablar, largo y tendido, en otro momento- , pero os aseguro que jamás había vivido este axioma tan de cerca. El otro día, en un programa de radio, Pedro aseveró: “Yo soy una víctima más, pero hay un equipo muy grande de gente que está detrás del corto y que ha conseguido que esto salga bien […] El tener un Goya no ayuda a una familia como la mía. Al final cada uno le tiene que limpiar el culete a su hijo con 20 años y ahí no hay nadie para ayudarte”. Y apostillaba: “iba a comprar una silla nueva para mi hijo y ya no vamos a poder comprarla”. ¿A quien no le duele el corazón ante estas palabras?

La buena noticia es que la mayor parte de la gente no sólo alaba el cortometraje por su factura técnica y su innegable sensibilidad, sino que, ante esta situación, incluso llegan a ofrecer colaboración económica de todo tipo: desde comprar los DVDs de la peli hasta montar un crowfunding para poder afrontar el gasto de una nueva silla para Nico. Es la otra cara de esta historia: la solidaridad espontánea y sincera de los que, aun teniendo poco en tiempos de crisis –porque no os penséis que esto lo ha propuesto algún político o empresario- , ofrece sin pedir nada a cambio.
Desde aquí sólo os ruego que, si sentís un mínimo de cariño y respeto por Pedro y por su obra, por favor no alimentéis ese monstruo viral.
Muchas gracias por anticipado.
P.D.: acabo de darme cuenta que, de manera inconsciente, me he dejado llevar y he redactado casi todo el artículo en primera persona del plural. Espero que Pedro me lo sepa perdonar.