Indignación y tristeza

Hoy lunes debería haber dedicado este post a un nuevo ‘Corto de la Semana’, a uno que nos invitase a despedir el año con optimismo, humor y buen rollo con el que afrontar ese 2014 que está a punto de comenzar. Sin embargo, las circunstancias me mueven a dedicar el presente artículo a dos noticias que se han confirmado en las últimas horas, y que me han sumido en la indignación y la tristeza…

www.mausbafoto.com - EXPOSICION AAM-6
Una de las imágenes de la exposición censurada. Foto (C) http://www.mausbafoto.com

Indignación: y rabia, y cabreo, y otros epítetos que me abstengo de reproducir en negro sobre blanco porque estamos en horario infantil. Pero a estas alturas, supongo que ya sabréis que, en una jugada insólita, se ha negado a la Asociación de Amigos del Moderno exponer una colección realizada por cinco prestigiosos fotógrafos de Guadalajara compuesta por veinticuatro imágenes que ilustraban las actividades culturales y reivindicativas que diferentes artistas han llevado a cabo durante este último año a las puertas del Teatro Moderno. Una muestra, dicho sea de paso, que fue autorizada cuando se pidieron los permisos pertinentes el pasado mes de julio, y que ahora, cuando ya estaba todo preparado para ser inaugurada este viernes 3 de enero, se deniega alegando que dicha exposición -y reproduzco textualmente- «no tiene en sí misma ningún fin cultural». Esto, amigos y amigas, se llama CENSURA, pura y dura. Si se piensan que nos vamos a quedar de brazos cruzados mirando para otro lado, van listos, y desde la AAM ya estamos estudiando y preparando las oportunas acciones para denunciar tan injustificable atropello. Me da a mí que el fin de año va a ser movidito…

lacomunidad_logoTristeza: aunque lo sabía off-the-record desde hace algunas semanas, hoy se ha confirmado el cierre inminente de LaComunid@d.info, el medio digital con el que venía colaborando -de manera más intermitente de lo que me hubiera gustado- desde que se puso en marcha en septiembre de 2012 a través del blog 16:9 (Dieciséis novenos). Que se cierre un medio de comunicación siempre es una tragedia, y más en esta provincia en la que paulatinamente se han ido apagando demasiadas voces cuyo único pecado fue ejercer un periodismo plural, veraz, honesto y crítico, pero siempre desde el respeto; valores que hoy día quedan sepultados por una crisis económica que espanta a la publicidad -sostén vital para poder mantener tal empresa- y por un presente político y social demasiado viciado, demasiado crispado, donde apenas hay debate -en la calle o en las instituciones- e impera el ‘o conmigo o contra mí’. A Ricardo, Leticia, Borja y Raquel les deseo desde aquí toda la suerte del mundo; estoy seguro de que, en el futuro, el periodismo sabrá recompensarles con justicia su ímprobo trabajo y esfuerzo.

Como véis, semana ha empezado contundente. A ver qué pasa en los próximos días… o incluso horas…

Nachos en el santuario

Luna y Vespa
Luna y Vespa

Recuerdo desde muy niño el extraordinario acontecimiento que suponía el ir al cine: consultar los horarios y las carteleras en las monocromas páginas del periódico; el emocionante viaje en coche hasta la sala elegida -normalmente en la Gran Vía madrileña; hablamos de unos tiempos no muy lejanos en que aún no habían proliferado los multicines a granel- ; la llegada a las puertas del coliseo en cuestión; admirar los carteles y fotocromos distribuidos en el hall; aquella cierta e inocente excitación mientras seguías al acomodador porque habías introducido clandestinamente un sándwich y una coca-cola, bien ocultos en tu chaqueta; y, por fin, el gran momento, cuando se apagaban las luces, se encendía el proyector… y se producía el silencio en la platea, todos expectantes. Ir al cine era una experiencia colectiva, sí, pero también era acudir a un lugar casi sagrado, un templo, un santuario donde asistir boquiabierto a la magia del Séptimo Arte.

Hace unos días pude asistir al I Encuentro sobre ‘Cine y Educación’ que tuvo lugar en Madrid, en el que, básicamente, se debatió sobre la fabulosa herramienta que puede ser el arte cinematográfico para llegar más fácilmente a los chavales en cualquier materia didáctica y educativa. Si queréis, otro día hablaré detenidamente sobre esto. Lo comento porque, durante toda la jornada, no podía dejar de pensar aquella máxima –muy cierta- de que “los niños sólo hacen lo que ven hacer a los mayores” mientras algunos productores, cineastas y demás miembros de la élite fílmica patria defendían a capa y espada aquello de “el cine, en el cine”.

Yo amo el cine. Me encantan las películas. Pero de un tiempo a esta parte, cada vez me cuesta más acercarme a una sala y volver a disfrutar del mismo ritual que cuando era niño. Ya no sólo porque el precio se ha puesto por las nubes –salvajadas del I.V.A. aparte; ya desde hace unos años, las entradas se venían encareciendo por cualquier razón: que si sonido envolvente, que si proyección digital, que si 3D…- , sino porque, cada vez que voy, casi nunca disfruto de la película.

Desde que en cierto macrocomplejo de salas vi, hace ya algún tiempo, que además de las clásicas palomitas y refrescos se ofertaban perritos calientes y nachos con queso (¡!), creo que el espectador medio se ha vuelto muy maleducado. Ya no es que se haga más o menos ruido con tan grasiento menú, sino que, por menos de nada, suenan teléfonos durante la proyección, el que está delante de ti te deslumbra con el móvil porque no puede evitar consultar su correo, el de atrás no para de moverse y golpearte en el respaldo –cuando no planta, directamente, los pies junto a tu cabeza- , un grupito está de risitas, otros dos individuos (imbéciles) comenta cada escena en voz alta… no sé ya la de veces que me he tenido que girar a chistar a éste o a mandar a paseo a aquel. Y la última moda: entrar a la sala aunque ya se lleven más de ¡veinte minutos! de proyección.

Pero lo más grave de este asunto no se centra en el público cerril que toma las salas como si fueran el salón de su propia casa, sino el poco o nulo respeto que se demuestra desde la propia gerencia del establecimiento: aire acondicionado a toda pastilla –da igual verano que invierno, da igual veinte espectadores que doscientos; a mí, siempre me veréis con una chaqueta, por si acaso- , ventanillas de proyección erróneas, luces que se quedan encendidas aunque ya haya comenzado la peli –con el consiguiente paseo hasta el bar para reclamar que las apaguen, perdiéndote algunos minutos, a veces valiosísimos de la cinta- , butacas y suelos mugrientos…

Señores productores/exhibidores/distribuidores en España: una obra cinematográfica comienza con el guion y termina en la sala de cine. La proyección pública puede ser un factor tanto o más importante que el presupuesto o el caché de tal o cual film. Con su pasividad, con su mirar hacia otro lado mientras cada vez se nos cobra más por un peor servicio, llegará un momento en que aficionados y cinéfilos decidamos quedarnos en casita “forever and ever” para poder disfrutar, tranquila y apaciblemente, de una buena sesión cinematográfica. Y luego vendrá el tío Paco con las rebajas y tocará echarle la culpa a la crisis, a la piratería, a los impuestos o a Internet, y será tarde para buscar soluciones. Depende de ustedes.