Los grandes cines de Madrid: Un vago recuerdo

Conservo un vago recuerdo de cuando, siendo un crío, mis padres me llevaron por primera vez a la Gran Vía madrileña. “La calle de los cines”, según ellos. Era cierto: desde la ventanilla del coche veía pasar embelesado, uno tras otro, las enormes marquesinas con los dibujos de los carteles de las películas en exhibición. Algunos lienzos no eran muy afortunados -admitámoslo: había algunos rematadamente feos cuyo parecido con los rostros originales era pura casualidad- y por aquel entonces raro era el nombre que pudiera sonarme de algo. Pero sin duda era una estampa maravillosa para ese crío que yo era que ya empezaba a tener algo más que afición por las películas y que devoraba semana tras semana las novedades que llegaban al videoclub del barrio.

Cada uno de esos cines era una puerta a un mundo maravilloso donde todo podía suceder. Quizá al otro lado nos esperaba el malvado lord del Lado Oscuro dispuesto a atrapar por tercera vez al héroe de las galaxias, o nos transportaban a una remota jungla en un tiempo pasado donde un hombre era criado por simios y se convertía en el rey de la selva. Rick Moranis nos encogía por accidente, y atravesar el jardín se convertía en una fantástica odisea. Dibujos de animales antropomorfos cobraban vida e incluso algunos interactuaban con humanos de imagen real, y mientras, al otro lado de la calle, James Bond volvía a cambiar de rostro para una nueva aventura de alta tensión. Enanos, guerreros, hadas y hechiceras compartían aventuras de magia y espada mucho antes de la llegada de la Tierra Media al celuloide, y un anciano nos contaba cuentos de gigantes, espadachines, piratas enmascarados y princesas prometidas. Y, a la salida, intercambiábamos una cómplice mirada con Indiana Jones, que nos observaba con una enigmática media sonrisa sin percatarse de que su padre le miraba con la severidad propia de un profesor cascarrabias, y contábamos los días que faltaran para poder asistir a su última cruzada.

Donde estuvo el imponente Cine Madrid, habrá un Media Markt. Foto: Wikipedia.

Pasaron los ochenta y con la edad y la nueva década empecé a acudir al rito ceremonial del cine por mi propia cuenta. Solo o en compañía de otros. Comprar la entrada en taquilla, quizá también alguna bebida y un snack, acomodarme en una butaca en medio de un gigantesca platea con cientos de localidades y esperar a que se apagaran las luces y se abriera el telón. Sí, algunos tenían hasta telón y anfiteatro. Una maravilla. Y de esta manera descubrí otros géneros más allá de la taquilla de Hollywood -lo que hoy se conoce con el terrible epíteto anglosajón mainstream-. De Dominic Sena (‘Kalifornia’, 1993) a Andrew Niccol (‘Gattaca’, 1997), pasando por Kenneth Branagh (‘Mucho ruido y pocas nueces’, 1994), Frank Darabont (‘Cadena perpetua’, 1994), Alex Proyas (‘El cuervo’, 1994), Quentin Tarantino (‘Pulp Fiction’, 1994), Terry Gilliam (‘Doce monos’, 1995) y los hermanos Coen (‘Fargo’, 1996).

Llegó la revelación del nuevo cine español de los noventa. Empecé a familiarizarme con los nombres de Julio Medem (‘Tierra’, 1996; ‘Los amantes del Círculo Polar’, 1998), Alejandro Amenábar (‘Tesis’, 1996; ‘Abre los ojos’, 1997), Mariano Barroso (‘Éxtasis’, 1997), Juanma Bajo Ulloa (‘Airbag’, 1997) o Fernando León de Aranoa (‘Barrio’, 1998). Ver ‘El Día de la Bestia’ (Álex de la Iglesia, 1995) a pocos metros de donde se sucedían algunas de las escenas más memorables de la cinta -la calle Preciados, el neón de Schweppes en Callao- fue toda una revelación.

Hoy el Luna es un gimnasio. Foto © Isra Calzado López

Casi todos aquellos cines donde me empapé de todo el cine que pude siendo estudiante ya han desaparecido, son cosa del pasado. El Palacio de la Música, el Rex, Gran Vía, Azul, Avenida, Luna, Bogart, Lope de Vega, Imperial, Coliseum, Palafox, Roxy, Benlliure, Alphaville… Algunos se han reconvertido en teatros, pero la gran mayoría alberga actividades que nada tienen que ver con el ocio o la cultura: tiendas de ropa, restaurantes e incluso algún gimnasio. Los hay que directamente llevan años cerrados, esperando a ser definitivamente demolidos. Aguantan por el momento, y de manera estoica, Callao o el Palacio de la Prensa, pero echará el cierre de manera definitiva los Acteón con apenas poco más de dos décadas vida, anunciado en su día -cuando abrió las puertas allá por el ’95- como “el complejo de cines más grande de Europa”. Un título no sé si oficioso -sinceramente, entonces no me preocupé de si el dato era o no cierto- que rápidamente le fue arrebatado por los Cine Cité. Y pronto llegarían Warner Lusomundo, Diversia o Kinépolis. Debatir hoy qué gran centro comercial cuenta con los más grandes y modernos cines es una tarea absurda, pues en dos días perderá el cetro en favor de otro todavía más nuevo y enorme.

La explosión de las nuevas tecnologías y la implantación de las gigantescas multisalas por doquier ha terminado apuntillando la relación y el entorno espectador-película. Ir al cine se ha convertido en un acto de rutina ocasional desprovista de todo entusiasmo, y si nos molestamos en salir de casa y pasar por taquilla -pura semántica, teniendo la posibilidad de comprar las entradas en cajeros o por internet- lo hacemos en un ejercicio de voraz y atropellado: entro, veo, como y tuiteo. Si hace unos años hablaba en un desaparecido medio digital sobre el estrafalario paso de las palomitas de maiz a los nachos con queso, hoy habría que añadir la ansiedad de algunos por comentar vía redes lo que está viendo. Incluso sin haber finalizado la proyección.

Habrá quienes digan que aquellos viejos cines eran vetustos e incómodos, y en muchos casos no les faltará razón. Sí, hemos ganado en confort y en calidad audiovisual, pero se ha perdido la magia -y el respeto- por ir al cine. Me siento un poco como aquel viejo proyeccionista de ‘El último gran héroe’ (John McTiernan, 1993) que recordaba con nostálgica resignación los mágicos y emocionantes instantes previos al apagado de luces y encendido de proyector de tiempos pasados condenados a perderse como lágrimas en la lluvia.

Puede que esto solo sea un signo más de los nuevos tiempos y que simplemente debamos adaptarnos a ello sin tanto melodrama.

Puede que, sencillamente, hoy me haya levantado algo nostálgico.

El Corto de la Semana: ‘Au Revoir, Palafox’

Hace poco más de un mes, el pasado 28 de febrero, el mítico Cine Palafox de Madrid echaba el telón por última vez. Ha sido casi una década y media, cientos de películas y miles y miles de horas de sueños a veinticuatro fotogramas por segundo las que varias generaciones de espectadores han podido disfrutar en sus tres salas, destacando la monumental y clasicista Sala 1 con sus ochocientas cioncuenta y seis localidades y su gigantesca pantalla. Personalmente, haciendo un fructuoso ejercicio de memoria, al menos son tres clásicos contemporáneos los que recuerdo haber visto allí: ‘Bailando con Lobos’ (Kevin Costner, 1990), ‘Robin Hood, príncipe de los ladrones’ (Kevin Reynolds, 1991) y ‘Braveheart’ (Mel Gibson, 1996). Aunque puede que haya alguno más que ahora mismo se me escape…

Como homenaje y tributo, Sunset Cinema y Pocket Rocket Films han producido este pequeño y maravilloso corto documental que nos lleva de la mano por un recorrido histórico, emocional y cinéfilo del ya eterno Palafox. Una pieza magnífica que ningún aficionado al Séptimo Arte de cualquier grado debería dejar de ver.

¡Boza! ¡Boza! ¡Boza!*

llda-en-renoir-6Conocí a Amparo Climent hace ya algunos años, en uno de esos encuentros de ‘El Día del Corto’ que organizaba en Madrid la extinta ACE (Asociación del Cortometraje Español) y a los que solía acudir representando a Baidefeis. Luego, un tiempo después, pude por fin descubrir su faceta de actriz sobre las tablas en un montaje de ‘Drácula’ que protagonizaba junto a Ramón Langa y Emilio Gutiérrez-Caba. Ahora, casualidad o destino, nuestros caminos han vuelto a cruzarse. Felizmente, añadiría.

Sin ningún tipo de apoyo ni subvención pública o privada -salvo un crowdfunding en el que participaron más de trescientas personas, algunas conocidas, otras anónimas- , Amparo ha producido y dirigido ‘Las lágrimas de África’, un documental al que los más puritanos le pueden achacar algunas carencias técnicas -entendibles, por otro lado, cuando uno conoce las enormes dificultades que conlleva realizar un trabajo de este calibre prácticamente en solitario- pero cuya contundencia es incuestionable: viajando prácticamente con lo puesto y cámara en mano, ya sea a través de fotografías, testimonios o imágenes cinematográficas, Amparo ha dedicado dos años de su vida -y gran parte de su patrimonio personal, comenta en petit comité- a sacar adelante este testimonio en primera persona sobre cómo los refugiados sobreviven a duras penas «a las puertas de nuestra propia casa», como ella misma subraya, refiriéndose a la triple valla de Melilla. La película habla por sí misma, sacude y estremece, y lo hace además sin caer en tremendismos ni en moralinas, con una rabia y una violencia implícitas y contenidas, pero dejando al mismo tiempo un leve aliento a la esperanza.

Como el #FESCIGU2016 está dedicado a los refugiados, Amparo Climent fue el primer nombre que surgió para formar parte del jurado. Éste ha sido, por tanto, nuestro segundo reencuentro, y que me ha dado la oportunidad no solo de poder ver ‘Las lágrimas de África’, sino también charlar con ella, con la cámara como testigo, emplazándonos a vernos de nuevo el próximo 8 de octubre, en la Clausura del XIV Festival de Cine Solidario de Guadalajara.

Pero esta semana, de improviso, me llegó una nueva oportunidad de compartir un ratillo con Amparo. Como sabéis, desde hace dos años formo parte del jurado de los Blogos de Oro a través de mi blog. En la última edición, ‘Las lágrimas de África’ recibió uno de los nuevos galardones establecidos desde este año, un premio especial Baratometraje -elegido también por los blogueros que participamos con nuestros votos- que intenta impulsar y dar visibiliad a todas esas producciones españolas pequeñas, que no cuentan con el respaldo de una gran productora o de una importante financiación, y que también merecen ser descubiertas y valoradas. Durante los jueves de septiembre, este documental ha podido verse en los Cines Renoir Princesa y en Cinemes Girona de Barcelona. Hugo Serra, distribuidor del film -a través de su nueva iniciativa, ConUnPack Distribución– y uno de los impulsores del premio Baratometraje, me ofreció hace unos días la posibilidad de presentar -o anfitrionar, término que no existe pero que propongo desde ya a la R.A.E.- el último pase –amadrinado, precisamente, por Blogos de Oro- en Madrid de este gran documental. Todo un honor.

las_lagrimas_de_africa-266777567-large-jpgAyer jueves 22 de septiembre tuvo lugar la cita. Tras una breve bienvenida, el público pudo ver la peli -tras proyectarse el tráiler de ‘Los sueños de Idomeni’, el próximo proyecto documental de Amparo- y participar después en un animado debate en torno a lo que se había visto en pantalla y las reflexiones que extraíamos cada uno de nosotros. Desde el activismo y la implicación social hasta la responsabilidad política, muchos matices se contrastaron en un debate tan interesante como necesario, y que se prolongó durante un buen rato en la Sala 11 de los Princesa.

Disfruté muchísimo de esta experiencia, y os recomiendo que, si tenéis posibilidad, no dejéis de ver un trabajo tan honesto y necesario como ‘Las lágrimas de África’. De aquí en breve estará disponible en plataformas on-demand; estad atentos. Y durante el FESCIGU podréis ver un corto documental que le hemos dedicado a Amparo y su obra titulado ‘Frontera sur’, uno de los muchos audiovisuales que he editado para este certamen, que se proyectará en el Buero Vallejo el último día del Festival, el 8 de octubre, a las 19 horas dentro de la Sección Refugiados.

Fotos (C) Mariam Useros Barrero / Mausba Foto

*«Boza» es, posiblemente, la palabra que más impacta y se agarra en nuestra mente al ver ‘Las lágrimas de África’. Es un cántico de victoria y a la vez un desgarrador grito que reclama libertad, que los subsaharianos repiten con todas sus fuerzas, hasta que no pueden más, encaramados a las vallas de la frontera sur mientras intentan evitar las concertinas, los alambres y los golpes de las policías marroquí y española.

«Esto no es un Cluedo» (Five Stars Edition)

Se ha hecho esperar, pero creo sinceramente que el resultado ha merecido la pena.

Aquí tenéis mi último trabajo (hasta la fecha) para Despertalia: una promo de tres minutos y medio con sutiles detalles y unas pocas pistas de lo que es uno de nuestros eventos más demandados -y puede que el favorito- de nuestros clientes: el rol en vivo ‘Esto no es un Cluedo’, que sumerge a los participantes en una trama de ambición, traiciones, conspiración y crimen ambientada en la América de la Ley Seca.

Este vídeo se grabó hace ya algunos meses en el madrileño Hotel Wellington, escenario incomparable para la ambientación de este juego, y fue posible gracias a todo el equipo de Despertalia que organizó en el tinglado -los que estuvieron entonces y nuestros últimos fichajes, incluso alguno estelar de última hora- y a todos los participantes que, concentrados en sus personajes, dieron lo mejor de sí mismos para dar vida al pequeño universo que habíamos creado para ellos.

Si os llama la atención (aunque sea un poquito) lo que se muestra en este clip, no dejes de ver la completa oferta lúdica para todas las edades disponible en www.despertalia.com.

[Ver otros clips realizados para Despertalia]