Oscars 2018: Pedrea para todos

Lunes, 5 de marzo. 7:30 de la mañana. Me levanto y echo un vistazo al palmarés de los Oscars -ya comenté, hace un tiempo, que desde hace años ya no sigo la ceremonia en directo-. ‘La forma del agua’, Mejor Película. No era mi apuesta -creo que ‘Tres anuncios en las afueras’ es muy, muy superior-, pero me alegro.

Me alegro principalmente por Guillermo del Toro, un latino gordo y feo -ojo, que es él mismo quien se describe así- que no solo me cae la mar de simpático sino que, salvo excepciones, suele hacer un cine muy personal, barroco e imaginativo que atrapa e hipnotiza. La cinta que le ha llevado a lo más alto del firmamento hollywoodiense, y que arrancó su andadura festivalera muy cerquita de aquí -en el 50º Festival de Sitges del pasado año-, a encandilado a crítica, público y académicos, pero la encuentro claramente inferior a otros títulos de su filmografía como ‘El laberinto del fauno’, ‘El espinazo del diablo’ e incluso el primer ‘Hellboy’. Para ser un tenebrosa, romántica y ambivalente fábula para adultos, su simbolismo no es nada sutil y excesivamente evidente, sus personajes demasiado redundantes, su ritmo un pelín anodino y su final claramente previsible.

Por otro lado, que haya triunfado una película tan a favor de la igualdad y claramente posicionada con los loosers, y tan explícitamente telegrafiada contra la actual administración norteamericana -quizá para que así el propio Trump la entienda-, tampoco resulta tan sorprendente como pudiera parecer en una primera lectura. A Hollywood aún le podemos tachar de estar, en líneas generales, chapado a la antigua… pero si ha de ser contestatario, no suele tener demasiado problema en ello. Y así, en una misma noche, aúpa a los altares a un mexicano -sí, uno de esos inmigrantes que el magnate quiere dejar tras un muro infame- con una historia de amor entre distintos -donde limpiadoras, artistas gays y criaturas subacuáticas destilan más humanidad y empatía que el gris hombre del Gobierno- al tiempo que se premia también a una madre coraje frente a la inoperancia policial –Frances McDormand, Mejor Actriz por ‘Tres anuncios’-, a una figura política e histórica de altura como Winston Churchill –Gary Oldman, Mejor Actor por ‘La hora más oscura’– e incluso, en el terreno de los dibujos animados, celebramos la vida y la muerte con la fiesta -también mexicana- de ‘Coco’ -Mejor Largometraje de Animación y Mejor Canción-. ¿Todavía no lo has pillado, Trump? Más claro… el agua.

A la cuarta ha sido la vencida para el veteranísimo James Ivory -Mejor Guion Adaptado por ‘Call Me By Your Name’– que, veinticuatro años después de su última candidatura y tras haberse ido de vacío con ‘Una habitación con vistas’, ‘Regreso a Howards End’ y ‘Lo que queda del día’, logra su primera estatuilla a pocos meses de cumplir noventa años… los mismos que tienen los propios premios. Más veces le ha costado a otro veterano por fin su nombre con las letras doradas de los Oscar: Roger Deakins, Mejor Fotografía por ‘Blade Runner 2049’ después de ¡trece candidaturas fallidas! -dos de ellas, en el mismo año (2008)-.  Jordan Peele, revelación con su -para mí, sobrevaloradísima- ópera prima ‘Déjame salir’, se lleva a casa el premio al Guion Original. ‘Una mujer fantástica’, título que aborda un tema siempre espinoso -al menos, para los cánones del conservadurismo americano- como es la transexualidad, logró el primer Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa para Chile -y segunda estatuilla para el país latinoamericano-. Sam Rockwell, bien; Allison Janney -eterna C.J. de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’-, bien… Que ‘El hilo invisible’ iba a conformarse con tener el Mejor Vestuario, ‘Dunkerque’ con el Mejor Sonido -en sus dos y aún confusas acepciones- y que el exbaloncestista Kobe Bryant subiría a recoger el premio por el corto ‘Dear Basketball’ también estaba más que cantado.

En fin, todo muy repartidito, con los zascas necesarios -ahí está ese palito a Harvey Weinstein; Kevin Spacey y Casey Affleck, ni estaban ni se les esperaba-, y una pedrea donde casi todos se van contentos. Echando un ojo a los diferentes resúmenes que pululan por la red, veo que la gala dio para pocas sorpresas. Seguramente, el mejor momento lo protagonizó una hiperventilada McDormand, cuando desde el escenario pidió que se pusieran en pie todas las mujeres nominadas presentes en el auditorio -actrices, productoras, guionistas, montadoras, diseñadoras, etc.- para dejar patente, a ojos de todo el planeta. lo imprescindibles que son ellas en el oficio de hacer cine. «Todas tenemos historias que contar y que necesitan ser financiadas». Y, dirigiéndose a los hombres, en especial los que dirigen los grandes estudios, sentenció: «No hablemos esta noche en las fiestas, sino dentro de un par de días en sus oficinas». En una noche donde el movimiento #MeToo hizo menos ruido del previsto, sus emocionantes palabras, sin duda, calarán más que cualquier hashtag.

[Listado completo de ganadores en http://oscar.go.com/winners]

La peor noticia (cultural) del año

Hace tiempo que no escribo. Quizá porque me faltan horas al final del día entre proyecto y proyecto, o puede que porque haya perdido la inspiración -o más bien la motivación-. Más allá de unos breves tuits, no he puesto en negro sobre blanco mis impresiones sobre las últimas películas vistas -‘Los archivos del Pentágono’, ‘Perfectos desconocidos’, ‘La llamada’-, ni he analizado, como venía haciendo los últimos años en este blog, citas cinéfilas tan significativas como la tan cacareada última gran fiesta del cine español (sic).

Podría (debería) empezar a ponerme al día, pero todo esto se me queda en un segundo plano tras el anuncio el pasado viernes de que Cultura EnGuada echaba el cierre… al menos por el momento. Según la nota publicada en su web y redes sociales, han decidido abrir «un tiempo de paréntesis y de reflexión» sobre este proyecto que nació hace cinco años y medio, cesando, al menos por el momento, la publicación de nuevos contenidos.

Me atrevo a afirmar que estamos ante la peor noticia cultural del año -sí, aunque 2018 acabe de arrancar-. Este medio digital surgió como plataforma de emprendimiento de tres periodistas -luego quedaron dos- que, cosas de la reforma laboral y de la precarización de la prensa, se vieron en la calle prácticamente de un día para otro, y lo hicieron con dos señas de identidad que les han caracterizado durante todo este tiempo: su carácter monográfico -la cultura, las artes y las tradiciones son y han sido su estandarte- y su periodismo honesto, riguroso y veraz, con noticias y reportajes elaborados a fuego lento y en profundidad, en las antípodas del tristemente copiar+pegar de notas de prensa tan frecuente y habitual en la mayoría de medios.

Pero, sobre todo, CeG se ha labrado -y con razón- el cariño y la admiración no solo de colegas de profesión -que quizá veían en esta cabecera un oasis de libertad de expresión lejos de presiones de terceros que sí se dan muy habitualmente en los medios tradicionales-, sino de toda la gente que hace, ama, apoya y trabaja por la cultura en una ciudad y una provincia cuyas instituciones y organismos, en demasiadas ocasiones, miran con injustificada desconfianza a lo que no llega por la vía oficial, convirtiéndose, quizá sin pretenderlo -porque ésto debería ser lo habitual, y no lo excepcional-, en santo y seña de la prensa libre, sin coacciones políticas, sociales y/o comerciales que te sugieran tratar así o asá tal tema… o sencillamente, ignorarlo si puede resultar incómodo a aquellos que no debemos mencionar. Como ejemplo más evidente, su excepcional en incansable cobertura de todo lo acontecido alrededor del cierre y reapertura (política) del Teatro Moderno, así como de las actividades artístico-reivindicativas que se sucedieron durante los 32 meses de clausura del edificio. Si el teatro se salvó y reabrió por la acción de las y los Amigos del Moderno, también fue porque, mientras hubo quienes pasaron de puntillas -o simplemente prefirieron mirar hacia otra parte-, Cultura EnGuada estuvo ahí para contarlo.

Pero sobre todo, Elena y Rubén -cerebro, brazos, corazón y alma de la revista a partes iguales- han sido honrados no solo de puertas para afuera, sino también entre bambalinas. Cuando otros hubieran echado mano fácilmente de comunicados oficiales, fotos «que se encuentran en Google» o becarios gratis, ellos nunca caminaron por esa senda, y les costaba un mundo aceptar favores. A mí mismo me pedían que si por favor podían compartir tal o cual crítica cinematográfica lanzada en mi blog; al poco tiempo, decidí que lo mejor era mandárselas y publicarlas directamente en su medio. Yo mismo -y estoy seguro de que más gente también lo habrá hecho- les he ofrecido varios reportajes, de manera puntual, simplemente por el mero hecho de sentirme en parte -aunque solo fuese mínimamente- del que ya era el medio de referencia cultural en el erial mediático alcarreño.

Más allá de mis sentimientos personales, la pérdida de Cultura EnGuada supondría, sin ninguna duda, un varapalo tremendo en el ya de por sí gris panorama actual de la prensa y de la cultura alcarreña. Sí, colaboro y he colaborado con otros medios -y espero que no se tomen a mal mi afirmación tan rotunda-, así como debo respetar y respeto la decisión que tomen pasado este período de reflexión, dure el tiempo que dure. Pero si en ocasiones el corazón te dice una cosa y la cabeza otra, en ésta no tengo dudas y ambas miran con la misma convicción hacia un mismo horizonte: si perdemos Cultura EnGuada, si perdemos el referente de libertad y expresión cultural que se ha convertido en un salvavidas en muchos momentos durante este último lustro, viviremos en un sitio un poquito más triste.

Con cariño y admiración… hasta luego, Rubén y Elena 😉

Los pantalones de Tarzán

Contaba mi abuelo Joaquín que, hace no tanto tiempo, cada vez que traían una de ‘Tarzán’ a los cines el gobierno franquista obligaba a los propietarios de las salas a pintarle unos pantalones al protagonista en carteles y anuncios, supongo que porque al dictador le parecería ofensivo lucir a Johnny Weissmüller en taparrabos por toda la Gran Vía madrileña. Visto lo que ha pasado estos días con mi amigo Javier Domínguez ‘Jadoga’ y su foto para el cartel de la Feria del Libro de Zamora, casi diría que no estamos en 2017, sino que estamos regresando por un agujero de gusano a esos tiempos en que, al menos en la calle, el héroe de la jungla debía llevar unos jeans.

El cartel de la polémica. Ver para creer.

Esta imagen fotográfica, en la que podemos ver entre otros elementos a una modelo sin ropa y de espaldas, ha sido tachada por parte de cierto partido -y no precisamente uno que a priori pudiera considerarse carca, rancio o casposo, sino de los que enarbolan la bandera de la autodenominada nueva política– como «alegoría sexista de la lectura, que utiliza los estereotipos publicitarios del cuerpo de la mujer como mero objeto publicitario» (sic), en una nota que, difundida a través del mentidero digital de correveidiles 2.0, se ha amplificado exponencialmente con los insultos y descalificaciones de ciertas personas -o personajillos- en busca de una falsa notoriedad añadiendo otros calificativos como «denigrante» u «ofensivo» hacia las mujeres.

Eso, supongo, porque se ve un culo.

Por mis palabras, habréis deducido que no estoy en absoluto de acuerdo con estas afirmaciones. Y es que, ante expresiones gruesas de este calado -y otras que no pienso reproducir- que me he ido encontrando, uno tiene que intentar tener un criterio claro, conocer el fondo del asunto así como a los principales implicados y separar el grano de la paja. Desde un punto de vista subjetivo, la foto en cuestión puede o no conectar con quien la ve, y cada uno decidirá si es acertada para el objetivo que se busca -en este caso, fomentar la lectura y promocionar un evento cultural y literario- . Ese podría ser un debate, siempre desde el respeto que se merecen tanto la obra como, principalmente, el autor. Ahora, ¿eso es de lo que se está hablando -algunos, de manera más altisonante que otros- en las redes? No. La polémica surge sobre epítetos que ya he marcado antes: «sexista», «denigrante» y «ofensivo». ¿De verdad hay quien pueda ver algo ofensivo en un desnudo femenino dentro de una obra artística?

Y todo esto, insisto, por un culo.

Hasta tal punto ha llegado este kafkiano episodio que, como digo, no solo ha saltado a la palestra de la prensa nacional, sino que incluso algún líder político ha decidido dar su opinión sin que nadie le pregunte y, desde luego, sin molestarse en saber las razones o argumentos del autor para realizar una obra aparentemente tan infame. Yo sí tengo esa suerte, y os aseguro que he conocido pocos tipos tan íntegros, respetuosos y humildes en este gremio, de esos que nunca levanta una palabra más que otra y que todo lo que dice y hace lo tiene muy pautado, muy razonado. «El cuerpo desnudo», ha dicho públicamente a través de Facebook, «pretendo que refleje al ser humano libre de ataduras / modas / tendencias… El libro, el de la espalda, las alas que nos confiere la cultura – tan escasa en nuestro entorno – el conocimiento… y que nos permite ser libres en un mundo que pretende encorsetarnos y someternos a lo que la mayoría considera políticamente correcto. No busco lo sexual / lo morboso / lo sexy […]»

Menudo lío se ha montado… por un culo.

Un culo, amigos y amigas. Una parte de la anatomía que compartimos hombres y mujeres y que, además, aparece pudorosamente semitapado por las manos de la modelo. Todo este revuelo por un culete, nalga, pompis, posadera, trasero, pandero o cualquier otro sinónimo que se os pueda ocurrir o que encontremos en el diccionario de la RAE. Algo tan normal y tan natural en el arte clásico pero que, ateniéndonos solo a las caldeadas palabras del sector ofendido, dan ganas de tapar con pudorosas telas o litros de Titanlux en nuestros museos. ¡Cubramos al David de Miguel Ángel! ¡Vistamos a ‘La maja desnuda’ de Goya!

Afirman sin ningún rubor se está «cosificando» e «instrumentalizando» el cuerpo de una mujer con un fin económico y publicitario. Curioso, estos adalides inquisitoriales de la dignidad y la moral, al querer dinamitar la obra en cuestión -pero sin faltarle al autor, dicen ahora: a mí, que me lo expliquen-, han conseguido precisamente lo contrario que buscaban: que un trabajo que quizá hubiera pasado con cierta discreción -¿qué difusión suele tener, a nivel estatal, el cartel de la Feria del Libro de Zamora?- haya sido conocido en todo el territorio nacional, donde, como dice Jadoga, «en pleno siglo XXI, quedarse simplemente en este nivel de lectura / interpretación del mensaje de la obra, me resulta preocupante…»

Tarzán, ponte pantalones que te la lían.

En un magnífico artículo de Javier Benegas y Juan M. Blanco titulado ‘¿Y si Clint Eastwood tuviera razón?’, se afirma: «La corrección política es incongruente, cae por su propio peso. Dado que no todo el mundo opina igual ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo políticamente correcto y lo incorrecto. Hay personas que no se ofenden nunca; otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. La ofensa no está en el emisor sino en el receptor, Así, en la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no. Y lo hace, naturalmente, a favor del establishment y de los grupos de presión mejor organizados. La corrección política es una forma de censura, un intento de suprimir cualquier oposición al sistema. Y es además ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende resolver: la injusticia, la discriminación, la maldad. No es más que un recurso típico de mentes superficiales que, ante la dificultad de abordar los problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por el lingüístico.»

Bien deberíamos empezar todos a aplicarnos estas palabras y a madurar de una vez como sociedad, en la que en vez de avanzar, mentalmente estamos retrocediendo a tiempos más oscuros e intolerantes.

PD: Mierda. Acabo de recordar que, en su último remake hollywoodiense, Tarzán ya lleva pantalones…

La cultura, esa pérdida de tiempo*

Que salga a la luz un nuevo Cultura EnGuada en papel siempre es una excelente noticia. Sabéis que suelo colaborar con este medio, guardo en mi casa todos los ejemplares publicados hasta la fecha y, además, esperaba este número 14 con especial interés, debido al foco que se iba a poner, en uno de los reportajes, sobre el estado actual del corto alcarreño.

La sorpresa me la he llevado a la vuelta de la esquina… o mejor dicho, de página. La entrevista con doña Carmen Carreto, representante de las asociaciones culturales en el Consejo Rector del Patronato municipal, me ha explotado en toda la cara. Doy mi palabra de que la he leído varias veces para evitar malas interpretaciones antes de hacer ningún juicio de valor. Juzguen ustedes mismos, pero creo que hay poco espacio para las equivocaciones.

El artículo abre con un contundente “Hay competencia desleal entre las asociaciones”, para seguir con una retahíla de afirmaciones que dejan a uno, como poco, estupefacto. Afirma esta señora, a quien no conozco personalmente, que no se puede pretender destinar a cultura el mismo dinero que recibe el deporte; que ella no está para trasladar las demandas de las asociaciones al Consejo -aunque se ofrece a llevar “las que le lleguen por escrito”-; que pueden no ser necesarias “tantas asociaciones”; o que “se hacen muchas cosas pero no hay tanta demanda”. ¡Toma! Y eso lo afirma sin rubor quien se supone que debe defender los intereses de los colectivos culturales en el Ayuntamiento. Esto no es un tiro en el pie, es una ruleta rusa con cinco balas y una sola recámara vacía.

Igualmente peligrosas y dañinas me parecen sus afirmaciones sobre la “contraprogramación” que a veces se da en la ciudad: parece que lo ve como algo endémico e inevitable, y a otra cosa, mariposa. Sí está de acuerdo con la absorción de Cultura por parte de Deportes, sobre la que, afirma, “nos estamos poniendo la venda antes de tiempo”. Y ante la pregunta de las posibles responsabilidades de otros organismos o entidades en temas culturales, echa balones al tejado de las propias agrupaciones -porque “no hay relación cordial” entre ellas- y remata con un espléndido “Guadalajara es una ciudad complicada y la gente un poco cerrada”. Eso es cordialidad, sí, señora.

Con estas declaraciones, me quedan claras varias cosas: que nuestra protagonista ni suele pasarse por los grandes eventos culturales que hacen las asociaciones de la ciudad ni conoce la naturaleza del tejido asociativo y las diferentes idiosincrasias de cada entidad -recordemos, “hay demasiadas”-. Y que, desde luego, le importa poco o nada las necesidades que éstas tengan para seguir creciendo, afirmando que “no es vocera de nadie” y limitándose a cumplir un mero papel de mensajero.

Yendo por partes. Primero, creo que el baile de números que hace comparando eventos deportivos y culturales son aleatorios y caprichosos. ¿Que en un estadio caben cinco mil? ¿Cuántos miles de espectadores pasan cada año por el Maratón de Cuentos, por el FESCIGU o por el Tenorio Mendocino, por poner solo tres ejemplos de carácter internacional realizadas por colectivos como el Seminario de Literatura, Cinefilia o Gentes de Guadalajara?

Segundo: ¿cómo puede afirmar que hay “competencia desleal” o falta de “relación cordial” y a renglón seguido defender que cada uno debe programar cuando y donde le dé la gana? ¡Menos mal que no hay “tanta demanda”! A ver, entiendo que a veces el calendario y las agendas son las que son, y es complicado no solapar un Viernes de los Cuentos con una conferencia fotográfica, por poner dos ejemplos plausibles. Pero de ahí a ni siquiera intentarlo para no perder “la espontaneidad de cada uno”… pues qué quieren que les diga, hay un trecho. Y estoy seguro de que a ustedes, como a mí, más de una vez han lamentado tener que elegir entre dos propuestas culturales igual de atractivas. Yo no veo descabellado que las asociaciones se junten para poner en común un calendario de actividades para, en la medida de lo posible, no pisarnos los unos a los otros; pero, claro, para eso hay que ponerse a trabajar, coordinarse, hacer llamadas, reuniones… poner un poquito de interés, tiempo y ganas. Cosa que, parece, cuesta demasiado.

Tercero: si ella no está para defender los intereses de las asociaciones en el Patronato, ¿para qué está? ¿Me lo puede explicar alguien? Ah, que después de año y medio todavía está “desentrañando los entresijos”. Pues sí que debe llevar tiempo hacer eso.

Cuarto: de aquellas demandas que tuvimos -y algunos, seguimos teniendo- sobre la necesidad de locales, centros de reunión, una Casa de Cultura… nada de nada, salvo eso del teléfono y el sofá que todavía no sé cómo interpretar. Quizá para ella sea suficiente, pero no estamos tan sobrados de espacios culturales en esta ciudad -hablo de locales de ensayo, salas de reuniones, despachos donde las AACC podamos guardar nuestro material y no tener que sacrificar trasteros y habitaciones particulares- como para solventar el tema con tamaña ligereza.

No existe ejemplo más gráfico del llamado “fuego amigo” que el testimonio que nos deja la señora Carreto, unas declaraciones que, al menos para un servidor, han caído como una bomba de racimo disparada desde nuestra retaguardia. Para los que colaboramos desde el asociacionismo solo veo un horizonte a corto plazo: seguir trabajando como siempre -a veces incluso desde varios colectivos, conjuntamente, en un mismo proyecto- sin esperar absolutamente nada de quienes, desde las instituciones -y los que les bailan el agua- , siguen mirando la cultura por encima del hombro, como algo meramente económico y residual organizado por cuatro amiguetes, una pérdida de tiempo digna de poca o nula atención. Pero mientras siga habiendo público que vaya al teatro, al cine, a escuchar poesía, a ver fotografías, a un concierto… sean cien, cien mil o solo cinco, ahí estaremos.

PD: no deja de sorprenderme tampoco que nuestra protagonista afirme que, en esta ciudad, le falte “un medio escrito que hable de cultura”. ¿Pero quién cree que le ha hecho la entrevista?

[*Carta abierta publicada, en Cultura En Guada, en su edición digital, el 20/12/2016. En las fotos, de izquierda a derecha y de arriba a abajo: el Maratón de los Cuentos, la lucha por la reapertura del Teatro Moderno, la Linterna Mágica y el FESCIGU; cuatro ejemplos de lo que el asociacionismo cultural ha logrado en Guadalajara durante los últimos años.]