El epitafio del tiempo

Llegó sin hacer mucho ruido, con un planteamiento que bordeaba entre lo ingenioso y lo deliveradamente ingenuo, y rápidamente se convirtió en serie de culto con miles (¿o millones?) de incondicionales que la defendieron a capa y espada -quizá, nunca mejor dicho- del primer al último episodio. Anoche, después de tres -cortas y algo irregulares- temporadas, ‘El Ministerio del Tiempo’ dijo adiós. Lo más probable, que para siempre.

Como seguramente mucha otra gente, vi el piloto en su emisión casi por casual curiosidad, allá en febrero de 2015, y rápidamente me enganchó la propuesta. Una secreta agencia gubernamental -y funcionarial, con todos los chascarrillos que eso conllevaba- y tres agentes de diferentes épocas que conformaban una ecléctica pero muy cómplice patrulla cuya misión era resolver los desvíos que podía sufrir la Historia de España en épocas pasadas. Buenas dosis de ciencia-ficción castiza -que, lejos de suponer una rémora, sacaba el máximo jugo al concepto con toda la ironía posible-, mucho sentido del humor, personajes que se iban creciendo y enriqueciéndose a cada episodio y una audacia pocas veces vista en la ficción española en todos los aspectos de la producción, desde el primer borrador de guion hasta la última mezcla de sonido, que convertían cada entrega en una pequeña joya en sí misma. Por primera vez, las lecciones de Historia eran pedagógicas, amenas y divertidas al mismo tiempo.

A una magnífica primera temporada le siguió una segunda por momentos todavía mejor, superando las primeras adversidades con las que la serie se encontró por parte de TVE: reticencia a incrementar el presupuesto por capítulo, cambios en la hora y día de emisión, un inexplicable parón sobrepasada la midseason… que llevaron a alarmantes bajos índices de audiencia. Unos datos en realidad ficticios, pues semana a semana #MdT era trending topic en las redes sociales, el visionado a demanda crecía frente a la vetusta emisión fijada por la cadena estatal y los ministéricos eran (éramos) ya legión. ‘El Ministerio’ no solo supo sobreponerse a las dificultades sino que además las superó con nota: recordemos la novedosa propuesta transmedia de realidad virtual en paralelo a la serie o los sobresalientes ‘Archivos del Ministerio’ que se emitían después de cada capítulo y que se alejaban del típico y maniqueo making-of para revelarse como imprescindibles y entretenidísimas lecciones de Historia en torno al momento y a los personajes que acabábamos de ver en la ficción.

La serie cosechó también sus detractores, claro. Desde los que la acusaban de saltarse sus propias reglas de ficción y de caer demasiadas veces en paradojas sin explicación hasta los que criticaban su altísimo coste para una audiencia por momentos minoritaria. El ente estatal reculó y, lejos de apostar por un producto que atraía a públicos de todas las edades y no dejaba de sumar premios y críticas positivas, le dio una última estocada que ha resultado ser mortal.

A pesar de la entrada de Netflix en la coproducción de la tercera temporada, el inexplicable retraso a la hora de renovar y poner ésta en marcha ha hecho que llegue tarde y con un tremendo balance de daños colaterales: Rodolfo Sancho no llegó a rodar un solo plano, y su baja supuso la pérdida del anclaje principal de la serie, ya que si bien ‘MdT’ es bastante coral, su Julián era pivote del arco narrativo principal y el anclaje del espectador con la realidad contemporánea -todos sus compañeros son del pasado-. Ni qué decir tiene la cantidad de cabos sueltos que dejó esta salida, algo que se agudizó cuando poco tiempo después también tuvo que saltar del barco Aura Garrido por otros compromisos profesionales. Su adiós se disfrazó de “hasta luego”, pero muchos sentimos que perdíamos el que seguramente era el personaje femenino más rico y carismático de toda la historia de la TV. Igualmente sufrimos con la tempranera fuga de Lola Mendieta, una ¿villana? llena de matices y claroscuros morales a la que daba vida una espléndida Natalia Millán. Entraron dos fichajes de lujo como Hugo Silva -solvente special guest star en la 2ªT por una ausencia temporal de Sancho- y Macarena García, pero a sus personajes les ha faltado carisma, se han visto obligados a ser titulares casi sin calentamiento previo y no han terminado de despegar. Solo Nacho Fresneda, Jaime Blanch, Juan Gea, Cayetana Guillén Cuervo y Francesca Piñón se han mantenido hasta el final, aunque la relevancia de estos tres últimos se ha ido diluyendo poco a poco. La refrescante presencia accidental de Velázquez (Julián Villagrán) se ha evaporado, y me han faltado personajes históricos de mayor enjundia: de Isabel la Católica, Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, el Cid Campeador, Adolf Hitler, Francisco Franco o Felipe II hemos pasado a otros históricamente importantes, pero mucho menos interesantes de cara al espectador. Francisco de Goya, Gustavo Adolfo Bécquer, Alfred Hitchcock, Luis Buñuel, Adolfo Suárez o Chicho Ibáñez Serrador serán seguramente los más recordados, pero perteneciendo los cuatro últimos a la reciente segunda mitad del s.XX.

Pero no han sido solo los personajes. Desde el comienzo de esta sesión ‘El Ministerio del Tiempo’ me ha transmitido cierto hastío o desilusión. No le he visto la chispa, el ingenio, el dinamismo y, sobre todo, el desenfadado humor sin complejos del pasado. Que sus creadores me perdonen, pero la he encontrado descastada, gris, con más ganas de acabar y de esperar qué pasará después que de entusiasmarnos cada jornada. Y a la pérdida de frescura y elementos complementarios -de los ‘Archivos’ nunca más se supo-, debemos añadir, cómo no, el maltrato infame que TVE ha perpetrado hacia la serie, un hara-kiri que nunca antes había visto hacia una producción de la propia casa: de nuevo, cambios en la emisión, retrasos imperdonables -emitirla al borde de las once de la noche después del terrible programa del bochornoso Cárdenas es condenarla a una audiencia residual-, parones injustificados y promoción meramente testimonial del producto. El divorcio entre los creadores y el ente estatal ha sido más que evidente durante estos últimos trece episodios -no hay más que echarle un ojo al timeline tuitero de Javier Olivares– y nos hemos contagiado del ambiente enrarecido que se transpiraba semana tras semana.

Dudo que con unas críticas tan tibias y unos resultados de share tan bajos puedan regresar las aventuras ministéricas a la pequeña pantalla. Casi que mejor: entendedme bien, pero para ver una cuarta entrega de nuevo maltratada, ninguneada y arrastrándose por la parrilla, prefiero que la cosa acabe aquí. Quién sabe, quizá alguna marca quiera apostar plenamente por el formato -se habla mucho de Netflix, aunque no podemos quitar el ojo a HBO o a Movistar+ que se ha lanzado muy fuertemente con ‘La zona’- y volver a traerlo, con las pilas cargadas y en buena forma a nuestros hogares. O bien que se marquen un ‘Star Trek’, que en su momento ya fue retirada de la TV americana -también después de solo tres temporadas en antena- por sus bajos índices y regresó años después por la puerta grande en formato cinematográfico gracias al éxito galáctico de ‘Star Wars’ pero también del empuje de innumerables fans que nunca la olvidaron. ¿Podría ser éste el futuro de ‘El Ministerio del Tiempo’?

Como diría Salvador Martí (Blanch), el tiempo es el que es y no podemos viajar al futuro. Así que solo el tiempo confirmará su eventual regreso o su adiós definitivo. Recordémosla, al menos, como breve pero intenso viaje de ensueño, humor y aventuras que durante al menos tres años nos hizo creer que viajar en el tiempo era posible. Y que otra televisión -más abierta, valiente, decidida y de calidad-, también.

‘Cómo conocí a vuestra madre’: Casi legendaria

Ya comenté hace poco, al hilo del estreno de ‘Stranger Things’, que había tomado la determinación de, salvo excepciones -caso de ‘El Ministerio del Tiempo’, de la que me declaro fan incondicional- no seguir series en TV por el riesgo de retrasos, cancelaciones de emisión, contraprogramaciones, etc. Dicho ésto: serie que me llame la atención, serie que me veré de una sentada una vez haya concluido.

De ahí que llegue con casi un año de retraso para comentar ‘Cómo conocí a vuestra madre’, una propuesta fresca, divertida -sobre todo en las primeras temporadas- y sencillamente imprescindible para la generación que nacimos entre finales de los 70 y principios de los 80, creada y desarrollada por Carter Bays y Craig Thomas. ‘How I met your mother’ (o, en el acrónimo universal, HIMYM) arranca en un pequeño salón de una vivienda media del año 2030: dos adolescentes miran a cámara mientras una voz en off, su padre, les cuenta una historia que empezaría veinticinco años antes, en el Nueva York de 2005. Toda la serie es, por tanto, un gigantesco flashback de nueve temporadas, recordando la presentación formal de otra ficción de referencia ochentera, ‘Aquellos maravillosos años’ (1988-1993), que por su ambientación histórica más se acercaba a la generación de nuestros padres que a la nuestra.

HOW I MET YOUR MOTHER -- Season 8 -- Pictured (L-R): Josh Radnor as Ted Mosby, Cobie Smulders as Robin Scherbatsky, Neil Patrick Harris as Barney Stinson, Jason Segel as Marshall Eriksen and Alyson Hannigan as Lily Aldrin -- © 20th Century Fox Television

La otra serie con la que es imposible no comparar es con ‘Friends’. De hecho, los personajes, decorados, ambientes, situaciones y tramas -episódicas y de temporada- recuerdan, a veces en exceso, a la famosa sitcom de David Crane y Marta Kauffman: son muy pocas las diferencias que podemos encontrar entre el carácter de Ross Geller (Davis Schwimmer) y Ted Mosby (Josh Radnor), con un amor platónico que vendría a ser Robin (Cobie Smulders) por Rachel (Jennifer Anniston), una pareja de amigos que conforman el matrimonio perfecto aunque con altibajos (Alyson Hannigan y Jason Segel en vez de Courteney Cox y Matthew Perry) y el gracioso del grupo (Neil Patrick Harris por Matt LeBlanc), al que aquí le dan una pátina de patético pero entrañable donjuan adicto a los trajes. Y todo en dos escenarios principales (luego, a medida que avanza la serie, habrá más): el apartamento y el bar -en este caso, un pub que vendría a reemplazar al recordado Central Perk- .

Sin embargo, HIMYM funciona bastante bien, sobre todo durante los primeros años: más allá de las equiparaciones, nos encontramos a un grupo heterogéneo bien dibujado, con sus personalidades, inquietudes y anhelos individuales perfectamente definidos pero que a la vez funciona de manera excelente como pandilla, protagonizando algunos capítulos no solo estupendos, sino también brillantes e ingeniosos: se me viene a la cabeza, a bote pronto, el de la gran nevada -una historia en tres tiempos con apariencia engañosamente lineal- , aquél en el que Barney habla de su manual para ligar -el Libro de Juegos, lleno de argucias tan descacharrantes como inverosímiles- o el impagable número musical al más puro estilo Broaway con el que remataron el episodio nº 100.

Los guiones, además, se enriquecen con multitud de referencias literarias, urbanísticas -no esconde en ningún momento su adulación por la metrópoli neoyorkina… aunque la serie se filmara en un estudio de Los Ángeles- , televisivas y, sobre todo cinéfilas, que, más allá de los habituales chascarrillos en torno a ‘Star Wars’ o ‘Los Goonies’ -que parecen ser los más habituales a la hora de ilustrar a nuestra quinta- , no dejan de reivindicar títulos como ‘Jungla de cristal’, ‘Arma letal’, ‘Kárate Kid’, ‘La princesa prometida’ o incluso las menos recordadas ‘Campo de sueños’ o ‘Este muerto está muy vivo’. Otro de sus puntos a favor ha sido la nutrida presencia de estrellas invitadas que se apuntaron a esta fiesta, como Alan Thicke, Chris Elliott, John Lithgow, Kyle MacLachlan, Jennifer Morrison, Bryan Cranston, Martin Short, Jorge García, James Van Der Beek, Ralph Macchio, Billy Zabka o los cantantes Britney Spears, Kate Perry y Enrique Iglesias.

A la hora de poner un pero, sin duda hay que hablar de su excesiva duración: nueve temporadas que comienzan muy, muy bien, pero que verdaderamente pierden fuelle en las tres últimas, rayando a veces lo inverosímil -aquella vez que Barney y Ted deciden, en plena borrachera, adoptar una niña- o incluso lo repetitivo -demasiadas chicas definitivas para Ted, demasiados altibajos entre Barney y Robin- , donde algunos personajes incluso llegan a perder su naturaleza -el playboy Barney convertido en un romántico incurable y casi patéticamente almibarado- .

Aunque quedan algunos cabos sueltos -¿qué pasan con la piña y con la cabra?- , una vez vistos los 208 episodios hasta llegar al agridulce y controvertido último capítulo -bastante discutido por los fans, aunque a mí sí me ha funcionado; podéis encontrar en internet el final alternativo de la serie, y sacar vuestras propias conclusiones- , al menos reconforta saber que, al contrario que otras series, aquí el final sí parecía pensado de antemano -de hecho, el último diálogo entre Ted y sus hijos se rodó en la primera temporada- , aunque se hayan pasado estirando la narración. Echaré de menos tomar unas cervezas en el MacLaren’s con este grupo, que, sin ser perfecto, tan buenos ratos nos ha dejado, y me propongo un reencuentro para dentro de unos años. ¿Qué tal en 2030?

‘Stranger Things’: Un regalo para nostálgicos ochenteros

Suelo comentar poco las series de televisión porque, aunque veo algunas, no las suelo seguir al momento: salvo en el caso de la sobresaliente ‘El Ministerio del Tiempo‘ -cuya cita puntual de cada lunes no me perdía ni por causas de fuerza mayor- , soy de los que las que las ven con notable retraso, reenganchándose cuando ya tengo varias temporadas acumuladas, sin hacer caso de modas, corrientes o simples cruces de opiniones en las redes sociales. Pero esta cadencia se ha roto con ‘Stranger Things’ por dos motivos fundamentales: la posibilidad de poder ver toda la primera temporada de una sentada –Netflix ha subido de manera íntegra los ocho episodios que la componen- y por la esencia retro ochentera que desprendía su muy llamativo tráiler.

Sobre lo primero, debo decir que me parece todo un acierto la filosofía de la cadena on-demand: no os podéis imaginar la de series de las que me he desenganchado por los continuos cambios de programación, casi siempre sin avisar, que suelen perpetrar las cadenas generalistas. En cuanto a lo segundo, debo confesar que esta historia creada por los hermanos Matt y Ross Duffer -cuyo único currículum eran un par de cortos y un largo de terror inédito en España- me ha embaucado de principio a fin gracias a su excelente ambientación, a sus estupendos guiños pop y al magnífico  trabajo de sus actores.

‘Stranger Things’ nos relata la (ya clásica) historia de terror, misterio y suspense, ambientada en 1983, en un pequeño núcleo rural donde nunca pasa nada hasta que ciertas extrañas desapariciones empiezan a sembrar la inquietud entre sus habitantes. A partir de aquí, los Duffer integran, en un guion eficaz, los ingredientes habituales de aquellas películas de videoclub con las que crecimos toda una generación: pandilla protagonista en bicicleta, conflictos de instituto, complicadas relaciones entre padres e hijos -familias aparentemente normales y felices pero ciertamente distanciadas en su seno- , música pop-rock y sintetizadores, conspiraciones gubernamentales, fenómenos inexplicables, tirachinas, walkie-talkies, juegos de rol, ciencia-ficción… todo un recorrido felizmente nostálgico que va desde Spielberg y Amblin -las comparaciones con ‘E.T.’, ‘Poltergeist’ o ‘Los Goonies‘ resultan más que evidentes- a los juegos de ‘Dragones y mazmorras’, pasando por los relatos de Stephen King -y no solo de terror: es imposible no acordarse de ‘Cuenta conmigo’- , las criaturas de H.P. Lovecraft, ‘El Señor de los Anillos’ de Tolkien como sanctasanctórum literario, e incluso toma prestados elementos del  ‘Aliens‘ de James Cameron. El gran mérito de esta serie, al menos en su primera temporada -aunque resulta bastante autoconclusiva, me sorprendería que no hubiera más- , es no limitarse a querer imitar aquellas cintas -qué facil hubiese sido caer en el plagio o en la autocomplacencia melancólica- y utilizar todos estos ingredientes como argamasa integradora dentro de una trama que puede no ser completamente redonda, pero que sin duda engancha desde el primer capítulo.

Stranger-Things.jpgMención aparte merece el elenco, capaz de dotar de los mejores momentos al espectáculo: si bien los críos trabajan estupendamente y los secundarios resultan de lo más eficaces -un aplauso para la directora de cásting, por favor- , lo de Winona Ryder, espléndida, es toda una recuperación definitiva, olvidando sus erráticos altibajos de las últimas dos décadas, y definir a la joven Millie Bobby Brown (12 años) como descubrimiento sería quedarse muy, muy cortos.

Lo dicho: si creciste con esas incomparables, imaginativas e imperfectas obras de cine juvenil que tanto nos marcaron a los que hoy somos (muy) treintañeros, no dejes pasar esta brillante y sugerente propuesta que, no por casualidad, se está convirtiendo en todo un fenómeno, y que consigue ir bastante más lejos que aquel llamativo, pero hoy casi olvidado, ‘Super 8‘ de J.J. Abrams.

¿Qué fue de los actores de ‘Los Serrano’?

SERRANO1500Durante ocho temporadas se convirtieron en la familia televisiva más famosa de la ficción española -con permiso de los longevos Alcántara-, y a pesar de los constantes cambios de personajes y tramas que sufrió pasado su ecuador, se mantuvo entre las series más vistas en nuestro país durante la primera década del siglo XXI. Eso sí, rematada con un polémico y controvertido final que aún hoy, ocho años después de su cierre, sigue siendo objeto de comentarios, chanzas y chascarrillos…

¿Dónde están hoy y que hacen ‘Los Serrano’? Repasamos la trayectoria de los protagonistas en este especial para eCartelera.com.