La semana pasada fui invitado por Ramón Bernadó y Diego Gismero, otros dos auténticos frikis del cine y las series, a su espacio ‘Guadalajara de cine’, un programa donde los invitados nos sometemos a su particular cuestionario sobre la séptima de las artes y la ficción catódica, de hoy y de ayer. Y esta vez me ha tocado a mí.
Como suele suceder en estos casos, la entrevista se tornó en una agradable y dinámica charla entre amigos, con ‘Star Wars’, ‘Casablanca’, ‘Saturno 3’, ‘El verdugo’, ‘Juego de Tronos’ o ‘Stranger Things’ aparecieron, entre otros muchos títulos, en la conversación. Aquí podéis verlo en riguroso diferido.
Entramos en la semana de ‘Star Wars: Los últimos jedi’ (Rian Johnson, 2017), que llega a las salas de todo el mundo el próximo viernes 15, y es la excusa perfecta para recuperar ‘El Corto de la Semana’ en busca de alguna de esas obras que pueblan el vasto universo de internet homenajeando/parodiando/imitando (táchese lo que no proceda) personajes, mundos y cánones de la saga lucasiana, hoy en manos del gigante Disney.
Y de pronto me he acordado de ‘Troops’, una pieza que acaba de cumplir veinte primaveras -ahí es nada: es anterior no sólo a la nueva trilogía, sino a la primera de las precuelas, el ‘Episodio I’, que llegaría dos añitos más tarde- y que, con desparpajo, buen humor y estupendos FX, nos convertía en espectadores de un ficticio programa catódico -y galáctico- en el que, siguiendo la estética del recordado ‘Cops’ de la TV americana, seguíamos la complicada jornada de los soldados de asalto imperiales en un entorno tan inhóspito y complicado como Tatooine.
Lamento que la copia tenga una calidad tan limitada, es lo mejor que he podido encontrar con subtítulos en castellano.
Llegó sin hacer mucho ruido, con un planteamiento que bordeaba entre lo ingenioso y lo deliveradamente ingenuo, y rápidamente se convirtió en serie de culto con miles (¿o millones?) de incondicionales que la defendieron a capa y espada -quizá, nunca mejor dicho- del primer al último episodio. Anoche, después de tres -cortas y algo irregulares- temporadas, ‘El Ministerio del Tiempo’ dijo adiós. Lo más probable, que para siempre.
Como seguramente mucha otra gente, vi el piloto en su emisión casi por casual curiosidad, allá en febrero de 2015, y rápidamente me enganchó la propuesta. Una secreta agencia gubernamental -y funcionarial, con todos los chascarrillos que eso conllevaba- y tres agentes de diferentes épocas que conformaban una ecléctica pero muy cómplice patrulla cuya misión era resolver los desvíos que podía sufrir la Historia de España en épocas pasadas. Buenas dosis de ciencia-ficción castiza -que, lejos de suponer una rémora, sacaba el máximo jugo al concepto con toda la ironía posible-, mucho sentido del humor, personajes que se iban creciendo y enriqueciéndose a cada episodio y una audacia pocas veces vista en la ficción española en todos los aspectos de la producción, desde el primer borrador de guion hasta la última mezcla de sonido, que convertían cada entrega en una pequeña joya en sí misma. Por primera vez, las lecciones de Historia eran pedagógicas, amenas y divertidas al mismo tiempo.
A una magnífica primera temporada le siguió una segunda por momentos todavía mejor, superando las primeras adversidades con las que la serie se encontró por parte de TVE: reticencia a incrementar el presupuesto por capítulo, cambios en la hora y día de emisión, un inexplicable parón sobrepasada la midseason… que llevaron a alarmantes bajos índices de audiencia. Unos datos en realidad ficticios, pues semana a semana #MdT era trending topic en las redes sociales, el visionado a demanda crecía frente a la vetusta emisión fijada por la cadena estatal y los ministéricos eran (éramos) ya legión. ‘El Ministerio’ no solo supo sobreponerse a las dificultades sino que además las superó con nota: recordemos la novedosa propuesta transmedia de realidad virtual en paralelo a la serie o los sobresalientes ‘Archivos del Ministerio’ que se emitían después de cada capítulo y que se alejaban del típico y maniqueo making-of para revelarse como imprescindibles y entretenidísimas lecciones de Historia en torno al momento y a los personajes que acabábamos de ver en la ficción.
La serie cosechó también sus detractores, claro. Desde los que la acusaban de saltarse sus propias reglas de ficción y de caer demasiadas veces en paradojas sin explicación hasta los que criticaban su altísimo coste para una audiencia por momentos minoritaria. El ente estatal reculó y, lejos de apostar por un producto que atraía a públicos de todas las edades y no dejaba de sumar premios y críticas positivas, le dio una última estocada que ha resultado ser mortal.
A pesar de la entrada de Netflix en la coproducción de la tercera temporada, el inexplicable retraso a la hora de renovar y poner ésta en marcha ha hecho que llegue tarde y con un tremendo balance de daños colaterales: Rodolfo Sancho no llegó a rodar un solo plano, y su baja supuso la pérdida del anclaje principal de la serie, ya que si bien ‘MdT’ es bastante coral, su Julián era pivote del arco narrativo principal y el anclaje del espectador con la realidad contemporánea -todos sus compañeros son del pasado-. Ni qué decir tiene la cantidad de cabos sueltos que dejó esta salida, algo que se agudizó cuando poco tiempo después también tuvo que saltar del barco Aura Garrido por otros compromisos profesionales. Su adiós se disfrazó de “hasta luego”, pero muchos sentimos que perdíamos el que seguramente era el personaje femenino más rico y carismático de toda la historia de la TV. Igualmente sufrimos con la tempranera fuga de Lola Mendieta, una ¿villana? llena de matices y claroscuros morales a la que daba vida una espléndida Natalia Millán. Entraron dos fichajes de lujo como Hugo Silva -solvente special guest star en la 2ªT por una ausencia temporal de Sancho- y Macarena García, pero a sus personajes les ha faltado carisma, se han visto obligados a ser titulares casi sin calentamiento previo y no han terminado de despegar. Solo Nacho Fresneda, Jaime Blanch, Juan Gea, Cayetana Guillén Cuervo y Francesca Piñón se han mantenido hasta el final, aunque la relevancia de estos tres últimos se ha ido diluyendo poco a poco. La refrescante presencia accidental de Velázquez (Julián Villagrán) se ha evaporado, y me han faltado personajes históricos de mayor enjundia: de Isabel la Católica, Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, el Cid Campeador, Adolf Hitler, Francisco Franco o Felipe II hemos pasado a otros históricamente importantes, pero mucho menos interesantes de cara al espectador. Francisco de Goya, Gustavo Adolfo Bécquer, Alfred Hitchcock, Luis Buñuel, Adolfo Suárez o Chicho Ibáñez Serrador serán seguramente los más recordados, pero perteneciendo los cuatro últimos a la reciente segunda mitad del s.XX.
Pero no han sido solo los personajes. Desde el comienzo de esta sesión ‘El Ministerio del Tiempo’ me ha transmitido cierto hastío o desilusión. No le he visto la chispa, el ingenio, el dinamismo y, sobre todo, el desenfadado humor sin complejos del pasado. Que sus creadores me perdonen, pero la he encontrado descastada, gris, con más ganas de acabar y de esperar qué pasará después que de entusiasmarnos cada jornada. Y a la pérdida de frescura y elementos complementarios -de los ‘Archivos’ nunca más se supo-, debemos añadir, cómo no, el maltrato infame que TVE ha perpetrado hacia la serie, un hara-kiri que nunca antes había visto hacia una producción de la propia casa: de nuevo, cambios en la emisión, retrasos imperdonables -emitirla al borde de las once de la noche después del terrible programa del bochornoso Cárdenas es condenarla a una audiencia residual-, parones injustificados y promoción meramente testimonial del producto. El divorcio entre los creadores y el ente estatal ha sido más que evidente durante estos últimos trece episodios -no hay más que echarle un ojo al timeline tuitero de Javier Olivares– y nos hemos contagiado del ambiente enrarecido que se transpiraba semana tras semana.
Dudo que con unas críticas tan tibias y unos resultados de share tan bajos puedan regresar las aventuras ministéricas a la pequeña pantalla. Casi que mejor: entendedme bien, pero para ver una cuarta entrega de nuevo maltratada, ninguneada y arrastrándose por la parrilla, prefiero que la cosa acabe aquí. Quién sabe, quizá alguna marca quiera apostar plenamente por el formato -se habla mucho de Netflix, aunque no podemos quitar el ojo a HBO o a Movistar+ que se ha lanzado muy fuertemente con ‘La zona’- y volver a traerlo, con las pilas cargadas y en buena forma a nuestros hogares. O bien que se marquen un ‘Star Trek’, que en su momento ya fue retirada de la TV americana -también después de solo tres temporadas en antena- por sus bajos índices y regresó años después por la puerta grande en formato cinematográfico gracias al éxito galáctico de ‘Star Wars’ pero también del empuje de innumerables fans que nunca la olvidaron. ¿Podría ser éste el futuro de ‘El Ministerio del Tiempo’?
Como diría Salvador Martí (Blanch), el tiempo es el que es y no podemos viajar al futuro. Así que solo el tiempo confirmará su eventual regreso o su adiós definitivo. Recordémosla, al menos, como breve pero intenso viaje de ensueño, humor y aventuras que durante al menos tres años nos hizo creer que viajar en el tiempo era posible. Y que otra televisión -más abierta, valiente, decidida y de calidad-, también.
Pues sí: ya ha pasado más de un año desde que aquel fenómeno seriéfilo-nostálgico ochentero llamado ‘Stranger Things’ diera un vuelco a nuestras vidas. ¿Exagero? Que yo recuerde, fue una de las primeras series Netflix que logró pegar a millones de espectadores al televisor ávidos por devorar un capítulo tras otro de aquella primera temporada lanzada al completo -¡se acabó el esperar semana tras semana a la emisión del siguiente episodio!-, dio a conocer la cadena de streaming a otro buen número que hasta entonces jamás había oído hablar de ella y trascendió más allá del ente catódico para convertirse en tema imprescindible de conversación en la oficina, con los colegas, con la familia… Twitter echaba humo, por cierto.
Con una fórmula muy inteligente y muy eficaz, los -hasta entonces desconocidos- hermanos Matt y Ross Duffer tiraron de nostalgia y espíritu goonie para hacernos revivir a toda una generación cuya educación cinéfilo-sentimental se había cimentado en fantasías de la casa Amblin con improbables pero fantásticas aventuras juveniles que sembraron en nuestra imaginación la posibilidad de que nuestro barrio anodino y gris se convirtiera en escenario de una invasión alienígena, fuese atacado por monstruos o escondiese bajo sus alcantarillas un olvidado tesoro pirata. Un complot ultrasecreto del gobierno, una niña con superpoderes, criaturas de la dimensión desconocida y una mezcla de jóvenes talentos con recuperados iconos de aquella época, hoy en el papel de adultos –Winona Ryder, Matthew Modine– hicieron el resto.
Muchos esperábamos con gran expectación esta segunda temporada, y el resultado, aunque quizá no sea absolutamente redondo, es notablemente satisfactorio. ‘Stranger Things 2’ expande con astucia los universos ya creados, dando respuesta a algunas incógnitas -¿qué había sido de Eleven, sin duda el personaje más potente de todo el repertorio?- para plantear nuevos caminos, nuevas ramificaciones, en una trama quizá algo menos compleja -la base ya está afianzada, poco hay que explicar ya- pero, sorprendentemente, mucho más oscura y violenta que hace que por momentos nos preguntemos si hace treinta años nuestros padres nos hubieran dejado verla.
Eleven (Millie Bobby Brown), Joyce (Ryder), Mike (Finn Wolfhard), Dustin (Gaten Matarazzo), Lucas (Caleb McLaughlin), Will (Noah Schnapp), el jefe Hopper (David Harbour)… no falta nadie de los habituales en esta secuela. Algunos claramente para cerrar heridas pasadas -y contentar a los fans: Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) no tienen mayor cometido que, ahora sí, “hacer justicia por Barb”-, y otros han evolucionado de manera sorprendente y gratificante -Steve (Joe Keerry) ha pasado de ser un cliché macarrilla de instituto a madurar antes que nadie, Nancy incluida-. ¿Y los nuevos? Al -ahora enorme- ex-goonieSean Astin le ha caído el que seguramente sea el papel más bonachón de toda la serie, mientras que Paul Reiser intenta resarcirse de su recordado -y odioso- burócrata chupatintas de ‘Aliens, el regreso’; entre los menos conocidos, cara y cruz, ya que si Max (Sadie Sink) se revela como un pivote interesante en la (in)estabilidad del grupo -y no porque ella quiera: ya se sabe, una chica en una pandilla de chicos, cizaña casi segura-, sobre su hermano en la pantalla Bill (Dacre Montgomery) se cargan tintas de manera excesiva, hasta hacerlo insoportablemente odioso… espero que a Kali (Linnea Berthelsen), la hermana perdida, la recuperen más pronto que tarde: aún se le puede sacar mucho partido.
Es verdad que se repiten algunos lugares comunes -la casa Byers, el instituto, el laboratorio-, que por momentos la ambientación abusa en exceso del tocadiscos y de reconocibles éxitos del momento -de Queen a Police, pasando por Metallica, Donna Summer, Bon Jovi o Cyndi Lauper, entre otros- y que el conjunto desprende cierto aroma a déjà vu, no tanto con la época que pretende homenajear -ya, sin tapujo alguno: ahí están esos cazafantasmas de Halloween- como a lo ya contado en la temporada predecesora.
De momento, a mí, las aventuras de estos chicos me siguen enganchando. Las ya anunciadas -según IMdb.com- tercera y cuarta -y probablemente última- temporadas quizá no se hagan tanto de rogar: cuando los críos peguen el estirón, estas cosicas raras tocarán a su fin. Disfrutemos mientas aún dure la magia.