La saga Harry Potter llega a su fin. Han sido diez años en los que los siete libros de la escritora británica J. K. Rowling se han visto plasmados en la gran pantalla en ocho largometrajes, todos ellos grandes éxitos de taquilla, cuyos resultados puramente narrativos quizá puedan ser algo irregulares –individualmente, hay unas entregas más redondas que otras- pero que en conjunto forman una de las sagas cinematográficas más portentosas de todos los tiempos. He aquí algunas de las claves que, a mi juicio, han convertido a esta serie de mágicas aventuras en un referente inolvidable de esta primera década del siglo XXI:
- La base literaria: de niños a jóvenes adultos.
En 1997, la desconocida J. K. Rowling publicaba Harry Potter y la Piedra Filosofal, la primera de las siete que compondrían las aventuras del joven aprendiz de mago de las gafas y la cicatriz en la frente con forma de rayo. Rápidamente se convirtió en un best-seller entre el público infantil –su protagonista tenía la tierna edad de once años- , y apenas dos años después Warner Bros. se hizo con los derechos cinematográficos de ésta y el resto de andanzas protagonizadas por Harry y sus amigos. Seguramente entonces, casi nadie en la casa de Bugs Bunny suponía que lo que empezaba como una aventura blanca y desenfadada dirigida a los espectadores más jóvenes, con el tiempo se tornaría en una saga cada vez más oscura y misteriosa. Este es quizás uno de sus más acertados hallazgos: los protagonistas, al igual que sus fans, van creciendo y madurando con el paso de los años, y deben enfrentarse a retos y situaciones cada vez más complejas, adultas e incluso violentas.
- Un acertado casting.
Decirle a un chavalín que ha de convertirse en el héroe de millones de niños como él durante los siguiente diez años podía haber sido un gran quebradero. Cuántas jóvenes estrellas se han malcriado, han perdido la cabeza, o sencillamente se han rebelado ante un exceso de fama difícilmente digerible. Éste no ha sido el caso de los jóvenes Daniel Radcliffe –Harry- , Emma Watson –Hermione- y Rupert Grint -Ron- , afortunadamente bien asesorados y aconsejaros por padres, maestros y tutores que les han sabido llevar por un camino correcto y labrarse un futuro más allá de los focos y las cámaras. Además, los Alan Rickman, Maggie Smith, Robbie Coltrane, Michael Gambon, Richard Harris, Gary Oldman, David Thewlis, Ralph Fiennes… por solo nombrar a los que les han acompañado en casi todas las películas, han influido muy positivamente en el crecimiento artístico y personal de estos chicos. Por la saga también se han paseado nombres tan reputados como Kenneth Branagh, Jason Isaacs, Emma Thompson, John Hurt, Imelda Staunton, Ian Hart, Rhys Ifans, Helena Bonham-Carter, John Cleese, Jim Broadbent, Bill Nighy o un emergente Robert Pattinson, entre otros muchos.
- Lujosos efectos al servicio de las historias.
En ninguna de las ocho entregas los –fabulosos- efectos especiales han prevalecido por encima de la historia ni de los personajes, y eso se agradece. Espectadores que jamás habían leído una sola página de las aventuras literarias originales se han mantenido fieles a las entregas cinematográficas durante todos estos años, inquietos por seguir las andanzas de Harry y porque les importaba lo que les sucediese a los protagonistas, héroes y villanos. Aún así, me gustaría recordar dos maravillosas creaciones digitales: el hermoso y majestuoso hipogrifo –mitológica criatura vista en Harry Potter y el prisionero de Azkabán (Alfonso Cuarón, 2004)- y el leal y entrañable Dobby, inolvidable elfo doméstico a quien conocimos en Harry Potter y la Cámara Secreta (Chris Columbus, 2002), muy superior al superlativo Gollum de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001-2002-2003).
- Un colosal trabajo de producción.
Planificar ocho largometrajes -¡ocho!- consecutivos durante diez años no es nada fácil. Por Harry Potter han pasado cuatro directores –Chris Columbus, Alfonso Cuarón, Mike Newell y David Yates- , decenas de actores con frase, cientos de técnicos y miles de extras. Son innumerables los escenarios, los elementos de atrezzo, los diferentes vestuarios… si John Lasseter recibió un Oscar honorífico tras su primer Toy Story (1995) y Peter Jackson recogió el reconocimiento a su saga tolkiniana tras la tercera y hasta entonces última entrega, con más razón deberían premiar el talento y el trabajo de los responsables de esta serie aventurera. Desde aquí, mi más profunda admiración.
- Para toda la familia.
Algunos enmohecidos críticos literarios dedicaron furibundos comentarios al trabajo de la señora Rowling, pero lo cierto y verdad es que, en estos tiempos de realidad virtual, redes sociales y videojuegos cada vez más perfectos, consiguió que millones de niños y niñas de todas las edades se aficionaran a la lectura. Sus adaptaciones cinematográficas incluso han ido un pasito más allá, y no es raro ver a padres con hijos, a madres con hijas, a abuelos y abuelas con sus nietos y nietas disfrutando de cada una de las aventuras del joven mago. Las películas, y las novelas, se disfrutan a diferente nivel según la edad del espectador/lector, sin importar la procedencia, credo o país en el que se esté. En resumen: entretenimiento de calidad para toda la familia.
Que nadie lo dude. Harry Potter ya es, junto con el sin igual Jack Sparrow, en el primer gran icono cinematográfico de este siglo. Pero mientras el personaje de Johnny Depp se nos hace cada vez más cansino, a Harry y a sus amigos los hemos visto crecer, descubrir la magia en Hoghwarts, aprender a jugar al quiddicht, luchar contra las fuerzas oscuras, conocer su primer amor… le echaremos de menos.
Les echaremos de menos… pero también está bien que la historia haya acabado aquí y no se trate de exprimir más la gallina de los huevos de oro.
¿Será esta una de estas series que cada cinco años se reestrenan con «siete segundos adicionales que cambian por completo el sentido de la historia»? Espero que no, está genial tal y como está.