Semillas de rencor.
Tras un muy aplaudido debut que cosechó un buen puñado de merecidos premios –El truco del manco (2008)- y un par de documentales sin demasiada repercusión comercial –El alma de la roja (2009) y La puerta de no retorno (2011)- , el director Santiago A. Zannou regresa al mundo de la no-ficción para, como ya hiciera con su ópera prima, traernos un retrato sobre un mundo ciertamente marginal y suburbano, plagado de personajes al límite y entornos hostiles.
En este caso, Alacrán enamorado, que surge a partir de una novela homónima del actor y escritor Carlos Bardem –quien aquí ejerce como coguionista junto con el director, además de reservarse uno de los papeles principales de la película- , viene a hablarnos de tolerancia, respeto y redención a través de un deporte en apariencia violento, el boxeo, y en un entorno tan opresivo como es el de los grupos neonazis, auténticos caldos de cultivo para el odio y el fanatismo. Ingredientes ambos que no son nuevos: si hablamos del primero, rápidamente acuden a nuestra mente títulos como Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004) –la relación entre el joven aspirante y el exboxeador metido a entrenador, o entre éste y su socio en el gym, recuerdan poderosamente a la que se establecía entre el propio Eastwood & Hillary Swank & Morgan Freeman- o, más próxima geográficamente, la española A golpes (Juan Vicente Córdoba, 2005); en cuanto al segundo, quizá el referente más cercano sea American History X (Tony Caye, 1998), sin olvidar la superficial aproximación que el maestro Carlos Saura llevó a cabo dos años antes en Taxi. Pero bien es cierto, y ahí radica la fuerza de la propuesta de Zannou y Bardem, que rara vez –por no decir ninguna- hemos visto ambos aspectos en una misma película, y desde luego no con el tremendo hiperrealismo del que hace gala tanto el libreto como su puesta en escena.
Fotografía –obra del operador Juanmi Azpiroz– , dirección artística –Llorenç Miquel– y ambientación musical –Wolfrank Zannou– destacan en el tenebrista y gris hábitat en el que se mueven los personajes, encarnados por una suerte de excelentes actores, desde los emergentes Álex González y Judith Diakathe hasta los ya consolidados Carlos Bardem y Miguel Ángel Silvestre, sin olvidar, cómo no, esa aparición estelar del gran Javier Bardem, quien sólo necesita de unos pocos minutos en pantalla para construir otro de esos roles memorables, más recordados y temibles por sus silencios, por sus miradas, por ese poder político y económico que le intuimos, que por sus palabras. Ahora, debo decir que le encuentro dos pequeños lunares a la película que hacen que ésta no explote todo el potencial que lleva en las tripas: un par de fallos técnicos –el sonido, claramente deficiente, impide la total inteligibilidad de algunos diálogos- y artísticos –ese corte de pelo que luce Silvestre, demasiado rocker para un fascista- y una falta total de señas de identidad propias que identifiquen o distingan la historia como algo propio de nuestro entorno más cercano, cada vez más intolerante, cada vez más egoísta. Es decir: que la historia de Alacrán enamorado sucede en Madrid como podría suceder, con los mismos personajes, situaciones y escenarios, en Brooklyn, en Hamburgo, en Atenas o en un suburbio de París. Esto que digo habitualmente suele ser motivo de halago –me suelen gustar más las narraciones universales que las que dependen de localismos demasiado explícitos- , pero en esta ocasión me hubiera gustado ver algo más propio, más arraigado a la situación social tan grave que se vive en nuestro país. Por decirlo de otro modo: no desmerece pero tampoco aporta más ni tiene nada que la destaque sobre otros films de temática similar que ya hayamos podido ver con anterioridad en otras cinematografías occidentales.
Quedémonos, pues, con que el resultado final es una buena peli, honesta e incluso brillante por momentos, y que viene a confirmar la solvencia de su emergente director y el talento de una nueva hornada de jóvenes actores que puede dar mucho que hablar en la próxima década.
Recomendado para espectadores con inquietudes sociales.
¿Qué tal Hovik? Fue junto a Lluis Homar el único actor verdaderamente bueno de «Hispania» (al menos el único que podría haber pasado por un aguerrido hispano), y su largo monólogo ya es antológico.
Hovik Keuchkerian cumple con creces, solvente y contenido. Yo no le conocía. Pero no sé de qué monólogo me hablas…