Inteligencia emocional
En la ciencia-ficción, existe un punto de equilibrio muy delicado entre la pretenciosidad y la honestidad, entre la escasez de recursos o el máximo rendimiento de los mismos. Para los que sentimos una debilidad especial por este género, resulta doblemente gozoso encontrarse, de cuando en cuando, con propuestas sinceras e imaginativas, donde la historia, los personajes y la moraleja de la fábula tienen mucho más peso, audacia y originalidad que los aparatosos (y muchas veces superfluos) efectos especiales.
Aunque no termina de ser del todo redonda, Ex Machina (Alex Garland, 2015) es una notabilísima propuesta de sci-fi independiente: cuatro personajes, un entorno aislado y decenas de preguntas que el cine y la literatura ya se han hecho en multitud de ocasiones en torno a la inteligencia artificial. Pero hay una salvedad que distingue a esta película: el espectador, empatizando con el joven Caleb (Domhnall Gleeson), se sienta delante del (atractivo) androide Ava (magnífica Alicia Vikander) y le pregunta todo lo que nosotros preguntaríamos si tuviéramos la oportunidad de charlar con tan sorprendente creación.

Pero Ex Machina no es un soliloquio antropológico y forense sólo apto para fanáticos de la robótica; lo que de verdad mantiene en tensión es ese extraño, perturbador e incluso por momentos inquietante juego que, desde su consola y sus monitores, parece orquestar el errático Nathan (Oscar Isaac), un joven millonario que parece manipular a su antojo tanto al entrevistador como al objeto de su estudio. ¿Quién es aquí la cobaya? ¿Quién analiza a quién?
Es una lástima que algún que otro momento confuso -¿por qué Caleb sufre una crisis de identidad que le hace autolesionarse? ¿De dónde saca Kyoko (Sonoya Mizuno) el cuchillo?- emborrone levemente un film estupendo, con más preguntas que respuestas (lógicamente; no pretende sentar cátedra sobre la I.A.) y que, con ingredientes casi hitchcockianos, cocine este fantástico y talentoso guiso, tan enigmáticamente trascendente como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), sin los excesos visuales y melancólicos –por no decir ñoños- de A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001) y, por supuesto, muy por encima de otras propuestas que sobre el tema se han estrenado este mismo años: la irregular Autómata (Gabe Ibáñez, 2015) y la paupérrima Chappie (Neill Blomkamp, 2015).
Recomendado para fans de la ciencia-ficción con sustancia.