¿El mundo del mañana?
Siempre he considerado a la ciencia-ficción futurista como un género nada menor, que puede dar lugar a fábulas a veces fantásticas, a veces aterradoras, de cómo percibimos el mañana según los acontecimientos políticos, sociales, demográficos y culturales actuales. Esa es la línea que han respetado no ya algunas obras maestras del Séptimo Arte –desde El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) a Wall·E (Andrew Stanton, 2008), pasando por Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Doce Monos (Terry Gilliam, 1995) o Minority Report (Steven Spielberg, 2002), por citar sólo algunas de mis favoritas- , sino, sin ir más lejos, y con mayor o menor acierto, las más recientes Oblivion (Joseph Kosinski, 2013) y Elysium (Neill Blomkamp, 2013). Sin embargo, con After Earth no pasa lo mismo, y el resultado es claramente muy (pero que muy) inferior…
El mayor problema de esta ¿nueva? propuesta distópica no es su director, un M. Night Shyamalan que no levanta cabeza en lo que va de siglo y sigue siendo carne de cañón para sus detractores. Tampoco es el colocar de imberbe protagonista casi absoluto al sufrido Jaden Smith, abocado a una carrera interpretativa más por empeño familiar que por talento e inquietud artística y a quien se le ve verdaderamente incómodo delante de una cámara. Incluso podríamos excusar que detrás de este proyecto esté su progenitor, metido a entusiasta productor –junto con su esposa, la también actriz Jada Pinkett-Smith– pero accidental coprotagonista: al fin y al cabo, nada hay de malo en que el bueno de Will Smith llame a su amiguete Shyamalan y le cuente una historieta que le sirva de base como blockbuster estival. Ni siquiera, ni siquiera –agarraos, que voy- , que la cinta reniegue de cualquier atisbo de originalidad, ingenio, brillantez y eficacia, limitándose a ser un sota-caballo-rey trufado de clichés y lugares comunes –ese padre marcial y sobreprotector; ese hijo en edad difícil y rebelde; ese juego de supervivencia en entorno hostil- .

No, lo que le falla –o lo que le sobra- a la peli de After Earth -o, si se quiere, Después de la Tierra- es… la Tierra. Cuando en una época futura regresamos –aunque sea por accidente- a nuestro planeta madre, lo que esperamos es: 1) ver la visión del director sobre cómo serían escenarios conocidos tras un abandono de varios siglos, y 2) una cierta moraleja sobre los errores del pasado –nuestro presente- para advertirnos, o prevenirnos, de lo que puede suceder si no lo remediamos a tiempo. Ninguno de estos dos conceptos se dan cita en un film que se abre con un embarullado prólogo casi metido con calzador –los acontecimientos que se relatan en off no tienen consecuencia directa alguna sobre el devenir de los protagonistas- y cuyo desarrollo tiene lugar en un ecosistema puramente forestal poblado de bestias más alienígenas que terrícolas evolucionadas. Que digo yo: ¿no hubiera tenido más empaque ver al joven Jaden inquieto ante la presencia de un elefante, una iguana o un cocodrilo, precisamente porque al espectador le son familiares pero que él no ha visto ni en los libros de Historia? Por tanto, el hecho de que la trama se desarrolle en la Tierra es puramente anecdótico, ya que los escenarios y las criaturas recuerdan más al Pandora de Avatar (James Cameron, 2009) que a nuestro viejo cascarón, declarado territorio prohibido por un quítame allá esas pajas.
¿Saca el espectador alguna enseñanza sobre el futuro tras ver After Earth? No. Bueno, sí: si nos ponemos a hacer chistes fáciles, es fácil predecir que la carrera del benjamín de los Smith no durará mucho tiempo –sólo espero, porque el padre me cae simpático, que no estemos ante un nuevo caso de chaliesheenismo– ; que empieza a ser evidente que El sexto sentido (1999) y El protegido (2000) fueron meros accidentes afortunados de su realizador; y que esta desaboría e intrascendente película se olvidará más pronto que tarde.
Recomendado para aficionados al entretenimiento banal de sobremesa.